Bruce Chatwin creció en Inglaterra durante la posguerra. Estaba obsesionado con un trozo de piel que tenía mechones de pelo rojo. Clavada en un pedazo de cartón, la muestra estaba colgada en una vitrina en la casa de su abuela. Cuando era niño, le dijeron que era la piel de un brontosaurio que había sido enviado a Inglaterra por el primo de su abuela, después de un naufragio en el estrecho de Magallanes. Como era de esperar, la historia era falsa. Pero para Chatwin, la piel era un talismán que inspiraría un viaje al sur, donde escribió uno de los libros de viaje más sugerentes que se haya escrito sobre la Patagonia.
Chatwin pronto conoció la historia de Jemmy Button, un indígena Ona que fue capturado por el capitán Fitz-Roy y enviado a Londres. Allí, se le enseñó inglés y se lo adoctrinó en el cristianismo hasta vestir como un caballero inglés. Incluso, llegó a tener una audiencia con la reina Adelaida y William IV. Al año siguiente, en 1831, Button regresó a Tierra del Fuego. A bordo de la nave que lo regresaría al Beagle, había otro joven: Charles Darwin. Darwin, como Button, desconocía a los indios fueguinos y al llegar escribió lo siguiente: «sus caras son horribles y están embadurnadas de pintura blanca, sus pieles están sucias y grasientas». Apenas podía creer que eran «habitantes del mismo mundo.» En su libro, Chatwin narró la historia de Button y Darwin.
Me acordé de esta historia mientras miraba algunas de las mil fotografías tomadas por Martin Gusinde, un misionero austríaco, que realizó cuatro viajes a la Patagonia —entre 1918 y 1924—, para documentar a los fueguinos de una manera que Darwin nunca había hecho. Sus fotografías acaban de presentarse en el Festival de Fotografía Rencontres d’Arles, en Francia, con el nombre de Tribus perdidas de Tierra Del Fuego. Gusinde fue el primer hombre que participó de la ceremonia sagrada de iniciación de Hain. Allí, tomó fotografías de su cuerpo transformado, «rediseñado» como un verdadero espíritu.
Tierra roja, grasa de guanaco, pintura blanca hecha con huesos de animales y carbón negro. La iniciación que duraba un año, preparaba a los jóvenes para la vida adulta. Gusinde pasó horas durante los ritos de iniciación tomando fotografías. Ensayó sus imágenes despojadas de sus ideas preconcebidas. «Traté de despojarme del pensamiento europeo, de los valores de la vida moderna y de todo sentimiento personal», escribió. Gusinde quería entender el mundo conceptual de los Onas, un universo singular y nuevo.
Chatwin viajó a la Patagonia a finales de 1970, cuando sólo quedaba un Ona nativo, el abuelo Felipe que aún seguía vivo. Chatwin lo visitó en el medio de un río, donde Felipe esperaba en un pequeña canoa de corteza, con un arpón para vender a los turistas. La sola imagen reflejaba la melancolía de un pueblo diezmado por las enfermedades traídas de Occidente, por un pueblo privado de sus tierras. Para Chatwin, el abuelo era del linaje de Jemmy Button.
La historia de Button fue una tragedia. A la vuelta de Inglaterra, después de llegar al Beagle, volvió a sus caminos tribales. En 1855, una goleta misionera se puso en contacto con él. Después de vestirse con ropas occidentales, Button tomó el té con el capitán en su camarote. Habían pasado veintiún años desde que había salido de Londres. Cuatro años más tarde, Jemmy lideró la masacre de ocho personas en una iglesia anglicana. Sólo el cocinero, que estaba haciendo el almuerzo a bordo de la goleta, pudo escapar…
Chatwin descubrió que la lengua Ona era compleja y que tenía una gran cantidad de matices. Como el verbo «yamana» que significa «vivir, respirar, ser feliz y recuperarse de la enfermedad.» Button mató a ocho hombres blancos, pero también a su propia cultura en un sentido antropológico. Los escritos de Chatwin es todo lo que queda de esta historia.