Este texto bien podría pretender presentarse como una síntesis de los manuales de técnicas y líneas metodológicas que más circulan en las academias de ciencias sociales. Sin embargo, no es objetivo de estos párrafos acercar un panorama general informativo de la cuestión, sino problematizar las formas en que el investigador se acerca, define, trabaja y modifica su propio desarrollo metodológico. Además, intentar dar cuenta de la multiplicidad de herramientas existentes presenta una doble limitación: primero, no alcanzaría el espacio de estas páginas para sujetar siquiera la mayoría de estas herramientas, y, segundo, como dice Rosana Guber, la limitación de los manuales de técnica es que no reflexionan desde la experiencia concreta. Si bien la autora hace referencia concreta al trabajo de campo, cualquier desarrollo metodológico puede volverse, sosteniendo esa idea, una “guía de procedimientos”.1 La investigación en ciencias sociales, desde el enfoque relacional aquí propuesto, supone el rechazo de estructuras que expondrían un conocimiento por anticipado y admite, por tanto, el abandono de la aplicación de modelos preelaborados a semejanza de esta estructura presupuesta. Los escenarios sociales de intervención son diversos y dinámicos, y en ese sentido los abordajes conceptuales rígidos y definidos de antemano entorpecen el reconocimiento de esos procesos.
Por esto, intentaremos reflexionar sobre los métodos y las técnicas, como elementos constitutivos de uno de los procesos que implica la construcción de conocimiento: el diseño metodológico y su aplicación. El método (proveniente de meth, que significa meta, y odos, que significa vía) es el conjunto de procesos y procedimientos establecido y organizado para llevar adelante el cumplimiento de los objetivos de investigación. Las técnicas, en cambio, son los instrumentos operativos rigurosos que constituyen ese orden general de acción.
El diseño metodológico que el investigador o el equipo construye depende de una serie de factores; algunos asociados al referente empírico que se pretende problematizar, y otros a las conceptualizaciones implicadas en las preguntas de investigación. En el primer caso, es necesario recordar qué queremos analizar para ponerlo en relación con la porción de realidad a observar y su naturaleza. Si me propongo analizar la construcción que un determinado periódico hace sobre “la familia”, por ejemplo, el qué de la investigación es la construcción discursiva, no la historia del medio, ni los datos estadísticos sobre familias; por tanto, deberé pensar en un diseño metodológico que me permita estudiar esa producción discursiva de la manera más directa posible. Así, por ejemplo, si bien los datos estadísticos me servirán como fundamento contextual para conocer el medio, o las opiniones de los periodistas o de los lectores, no determinarán el camino para responder a mi pregunta de investigación. Por lo tanto, la planificación de la obtención de estos datos no será un paso prioritario en mi trabajo.
Otro caso posible se presenta si me propongo indagar las representaciones sobre inseguridad en una localidad pequeña de la provincia de La Pampa. Si quiero incluir estadísticas nacionales de victimización, en este ejemplo, debería hacerlo como material contextual, pues ese dato duro que excede mi universo de análisis no aporta información determinante al momento de indagar las representaciones de la comunidad. Es decir, no aporta conocimiento a la comunidad sobre su realidad, en el sentido estudiado. Si a partir de las entrevistas quiero ampliar con otros datos, puedo reflexionar sobre el peso del discurso de los medios de comunicación e incluir técnicas para determinar cómo se informan los habitantes de esa localidad y para analizar esos discursos mediáticos. El segundo grupo de factores, las conceptualizaciones implicadas en las preguntas de investigación, se relaciona directamente con los contextos simbólicos o campos en los que se inscribe la investigación. Pero para avanzar en este sentido, es necesario introducirnos en el apartado siguiente.
Como todo proceso de producción de conocimiento es social y colectivo —también las investigaciones científicas—, toda construcción de sentido parte de los cimientos dados en las condiciones sociales de producción en las que se desarrolla cualquier investigación. Estas condiciones son determinantes de, y determinados por, la producción social de sentido. Por eso, también debemos preguntarnos por el contexto social de una investigación. Para qué y para quiénes estoy investigando, son preguntas de peso para definir cómo hacerlo. Se vuelve pertinente reforzar el proceso de reconocimiento del carácter estratégico-político de la investigación, y de los investigadores respecto de la sociedad en la que viven. Es decir, un proceso que habilite el desplazamiento hacia el sentido político cultural de la investigación en ciencias sociales. Un proceso que, necesariamente, debe registrar la subjetividad y alcanzar el auto-reconocimiento por parte de los investigadores en su carácter de protagonistas tanto de la crisis como de la transformación, y no de simples observadores o interpretadores que refuercen el divorcio entre investigación y sociedad. Y en este sentido el diseño metodológico es parte indisociable del posicionamiento frente a la realidad que se trabaja, para lograr un equilibrio entre la “naturaleza” del objeto y las intenciones del investigador respecto al escenario.
La Tesis, en tanto paquete significante, responde a distintas lecturas y también a diversos “usos”, como todo discurso social. El caso de los trabajos pensados en un marco institucional es clarificador en este sentido. Pongamos el ejemplo de una investigación que analiza el discurso de algunos medios de prensa argentinos respecto a un conflicto internacional. A través de este método se establecían conclusiones sobre los mecanismos para ocultar, manipular y falsear la información, circunstancia que en el público imponía una imagen distorsionada de esa realidad en cuestión. Pero la tesis no termina aquí. El investigador consigue exponer sus conclusiones en el marco de una jornada auspiciada por la institución que lo había apoyado para llevar adelante su tesis, brindándole vasta información y asesoramiento sobre la temática. Es necesario señalar que esta institución representaba a uno de los sectores disputantes en ese conflicto internacional. En su presentación el investigador disertó sobre el abordaje metodológico que había desarrollado, y acerca de cómo había arribado a las conclusiones, que, diciéndolo mal y pronto, le daban la razón al sector que esta institución representaba. O al menos eso manifestó el directivo de la institución cuando le tocó hablar, al finalizar la exposición del tesista. No importa tanto qué se dijo, ni si el investigador estaba de acuerdo o no con el discurso del nuevo orador. Pero sí es preciso decir que ese nuevo discurso no era más que un “uso” de aquel discurso que era la tesis. Afinando la mirada podríamos decir que el directivo realizó el mismo mecanismo de “distorsión de la realidad” que denunciaba en los medios en pos de algún interés particular. Intereses o razones que tal vez eran compartidos por el tesista, pero que sin duda emergían de una lectura forzada de las conclusiones de ese trabajo. El investigador, que más que nadie es un especialista en su propio trabajo, precisa intentar anticipar estos potenciales usos como parte de la estrategia metodológica: qué digo, para qué y para quién.
Otra de las dimensiones simbólicas que contextualizan una indagación, es el campo académico institucional en el que se inscribe la investigación. Hay, por ejemplo, metodologías vinculadas a tradiciones disciplinares o a dinámicas productivas, lo que también ocurre con las técnicas de recolección y análisis de datos.2 Pero en el caso de nuestro campo de saber, la comunicación social, por su relativa juventud, sus condiciones particulares de formación y la complejidad en la construcción de sus temáticas de estudio, no podemos identificar métodos propios. Así, los estudios en comunicación social se han valido históricamente de préstamos, readaptaciones, cruces, ensambles y triangulaciones metodológicas. Esto nos permite a los investigadores en comunicación una gran capacidad creativa en el diseño metodológico, aún cuando es necesario reconocer las tradiciones del campo de las ciencias sociales; pero también nos impone la insoslayable responsabilidad de reflexionar críticamente sobre la naturaleza del objeto de estudio y los objetivos de la investigación, al momento de definir un camino de abordaje.
Los procesos de comunicación son complejos, existen diversos factores que actúan en ellos y, en el momento del diseño metodológico, es cuando el investigador debe reflexionar sobre esa multiplicidad. No es un tiempo de simplificaciones, sino de problematización y de puesta en crisis. Por ejemplo, si se quiere establecer, en la empresa x, la percepción que los empleados tienen de las relaciones de comunicación con sus jefes, no resulta conveniente realizar entrevistas con nombre y apellido o realizarlas dentro de la oficina de personal; ya que seguramente limitaremos las respuestas de los informantes, por temor a perder su trabajo o tener problemas en él. En este caso, sería más adecuado pensar en diseñar entrevistas anónimas semiestructuradas para minimizar la posibilidad de autocensura. Ante aquellas situaciones para las cuales los métodos no presentan soluciones predefinidas –por razones obvias, pues no es posible anticipar todas las circunstancias de cualquier hecho social— la intuición o creatividad de los investigadores para resolverlas se constituye en una de las posibilidades metodológicas que debe contemplarse como elemento subyacente a cualquier diseño.
Cuando decimos que en el campo de la comunicación no se identifican métodos y técnicas que sean tradicionalmente propios —a excepción de algunas metodologías asociadas al análisis de los discursos de los medios masivos, o a sus rutinas productivas, como el establecimiento de la agenda setting —; no estamos diciendo que en nuestro campo no haya caminos metodológicos recorridos, sino que éstos caminos están vinculados al contexto más amplio del campo de las ciencias sociales, en una interrelación transdisciplinaria. Así, dentro de las ciencias sociales, y de la comunicación social en particular, existen diversas líneas epistemológicas para abordar un objeto de estudio, éstas suponen modos particulares de construir las nociones tanto teóricas como operacionales, dentro de una investigación científica.
Por esto, para diseñar el marco metodológico de la tesis de grado, es recomendable que el tesista establezca un mapa del campo de la comunicación que le permita identificar estás líneas o perspectivas, sus continuidades, superposiciones y rupturas. Este es un ejercicio vital para evitar caer en lo que Catalina Wainermann denomina “divorcio esquizofrénico entre el marco teórico, generalmente una teoría totalizadora de gran complejidad y abstracción, y el diseño metodológico”.3 Dado que, como afirma la autora, éste es un traspié habitual entre quienes tienen mayor sensibilidad por la teoría y/o por la ideología. Pongamos por caso que nos proponemos analizar las prácticas de comunicación que se dan en los partidos de fútbol, y establecemos que esas prácticas están en relación con características socioculturales e identitarias particulares de cada actor o grupo de actores implicados en esa situación comunicacional. Así, no podemos basar4 nuestra metodología en un sondeo de opinión de características cuantitativas, o en la observación no participante de un “hombre masa”5 estereotípico, ya que los datos obtenidos a partir de la utilización de estas dos técnicas no nos hablarán de un mapa con diversidad de actores, ni de sus características socioculturales.
Los enfoques metodológicos determinan una primera aproximación general al diseño metodológico, representando el posicionamiento del investigador frente a la realidad a investigar. Usualmente se trabajan tres enfoques: el cualitativo, el cuantitativo y la triangulación. La discusión frecuente en el campo de las ciencias sociales se da en relación a los enfoques cualitativo y cuantitativo. La diferencia fundamental entre ambos es que el cuantitativo estudia la asociación o relación entre variables cuantificadas y la cualitativa lo hace en contextos estructurales y situacionales. La investigación cualitativa trata de identificar la naturaleza profunda de las realidades, su sistema de relaciones, su estructura dinámica, produciendo datos que comúnmente se los caracteriza como más “ricos y profundos”, no generalizables en tanto están relación con cada sujeto, grupo y contexto, con una búsqueda orientada al proceso. Aunque no es una discusión cerrada, para muchos se inicia como un proceso investigativo a finales del siglo XIX y sobre todo en el comienzo del siglo XX. El constructivismo es tal vez su máximo representante, postulando que la realidad es edificada socialmente por las múltiples construcciones mentales de los sujetos sobre las cosas y las acciones. Desde este lugar no existiría una verdad única y demostrable, sino que los significados de lo real varían según los quien los construya.
En cambio, la investigación cuantitativa trata de determinar la fuerza de asociación o correlación entre variables, la generalización y objetivación de los resultados a través de una muestra que produce datos adjetivados como “sólidos y repetibles”. Los primeros antecedentes debemos rastrearlos en los inicios del desarrollo del paradigma positivista, con la publicación en 1849 del Discurso sobre el espíritu positivo, de Augusto Comte. En aquella época, se proclamaba la existencia de una única verdad sobre el mundo, que debía ser develada por la acción de un método que “encuentre” datos reales. El mundo social podía así explicarse de la misma forma que el mundo natural. Si bien no con este ímpetu de objetivizar los procesos sociales, el enfoque cuantitativo se utiliza para abordar escenarios donde lo que importa es hallar tendencias y continuidades respecto a determinado tema.
De esta forma dentro del enfoque cualitativo pueden ubicarse métodos como la entrevista en profundidad, el trabajo de campo etnográfico o al análisis del discurso, y dentro del enfoque cuantitativo la encuesta o los sondeos de opinión. La elección respecto del enfoque no tiene que ver únicamente con un posicionamiento ideológico sobre nuestro objeto, sino con lo que llamaremos la naturaleza inherente a cada objeto en su vinculación con los intereses y objetivos del investigador. De este modo, si precisamos conocer las representaciones de todas las maestras de quinto grado de la provincia de Buenos Aires en torno a la programación educativa de determinada señal, nuestros deseos de realizar una investigación de corte cualitativo deberán ser abandonados en pos de un reconocimiento de las dimensiones propias de ese objeto de estudio. Pero estas dos opciones no son excluyentes a la hora de encarar el diseño metodológico. Así, la triangulación de enfoques se presenta como camino alternativo a esta polarización entre cuali y cuanti, de manera tal que el investigador pueda recoger y analizar datos con herramientas de ambos enfoques.
Es preciso hacer una aclaración respecto a la triangulación. Se asume convencionalmente que la triangulación es el uso de múltiples métodos en el estudio de un mismo objeto. Esta es la definición genérica, pero es solamente una forma de la estrategia, pues la triangulación puede concebirse envolviendo variedades de datos, tipos de análisis, investigadores y teorías, así como metodologías. Nos detendremos brevemente en la triangulación de enfoques metodológicos, cuestión que nos ocupa aquí.
Originariamente la triangulación es un término usado en navegación: tomar múltiples puntos de referencia para localizar una posición desconocida. La triangulación de enfoques tiene como primera característica la complementariedad, donde los enfoques cualitativo y cuantitativo se enriquecen uno al otro para producir un conocimiento que los dos no pueden dar en forma separada. Son las circunstancias las que determinan el grado en que se utilizan las aproximaciones cuali y cuanti. Complementar no significa construir un objeto de estudio desde dos enfoques diferentes, para llegar a dos tipos de conclusiones diferenciadas; no se trata de mezclar métodos, técnicas y fuentes para sumar complejidad y confusión, sino de combinarlos de forma tal que cada instancia sea pertinente para la concreción de diferentes propósitos, en el camino hacia conclusiones comunes. La triangulación permite ordenar el objeto de modo que pueda ser arribado desde diversos ángulos, para lograr una articulación metodológica y así converger a un tipo único de conclusiones. Por ejemplo, si el investigador se propone analizar los alcances que tienen diferentes aspectos ligados a la inseguridad para cierto grupo de personas, tales como el trabajo, la calle o la educación, por ejemplo, se puede adoptar una estrategia cualitativa basada en entrevistas en profundidad que, por un lado, profundice sobre las características subjetivas de los actores (representaciones, actitudes, opiniones, etc.), pero que pueda tomar ciertos datos duros o estructurales de la realidad socioeconómica para ponerlos en relación a las percepciones individuales de los actores.
Entonces ¿cuáles son los elementos centrales que debemos tener en cuenta para encarar la reflexión crítica previa a la construcción del diseño metodológico? Es necesario partir de la comprensión de que ni métodos ni técnicas son herramientas neutrales, pues son conceptualizaciones: vienen impregnadas de supuestos que no provienen del acercamiento del investigador a su objeto de estudio, sino que subyacen a cualquier acción del investigador en tanto sujeto social. En cualquier marco metodológico, el sentido común cumple un rol fundamental en tanto coopera en la resolución de inconvenientes y cuestiones imprevistas, que no están contemplados por los manuales. En el artículo “Proximidades y distancias, el investigador en el borde peligroso de las cosas”6 la politóloga Daniela Soldano da cuenta de cómo, muchas veces, las prenociones con las que el investigador diseña el trabajo se chocan con la realidad (el aspecto empírico del objeto de estudio). Soldano analiza una experiencia en la que fue invitada a trabajar en una investigación cuyo objetivo era reconstruir el circuito de reciclaje de la basura en el Área metropolitana de Buenos Aires, para colaborar con la confección de un diagnóstico sobre la vulnerabilidad de los actores involucrados en ese proceso (principalmente cartoneros).
La autora cuenta que al realizar las entrevistas, tratando de obtener información sobre riesgo sanitario y prácticas peligrosas —categorías de análisis establecidas por los investigadores para establecer la vulnerabilidad de los actores— observó que “El problema no radica —como pensábamos nosotros— en la convivencia con la basura sino en no poder acceder a ella, en tanto es la fuente principal de recursos para la reproducción de la vida. El peligro no acecha en la manipulación de ‘objetos peligrosos’ sino en la ordenanza municipal que impide la recolección…”. Así, Soldano explica que, a partir de la experiencia en el trabajo de campo, los investigadores debieron revisar las nociones de “riesgo” y de “peligro” —que manejaban hasta el momento como categorías de análisis e interpretación del fenómeno estudiado— para redefinir el modo de trabajar las herramientas metodológicas en relación al acercamiento al campo; por ejemplo, para reformular las preguntas de los cuestionarios.
Es decir, las prenociones no devienen únicamente del sentido común popular y de la formación académica del investigador, sino también las construcciones teóricas y metodológicas que se formulan antes de encarar el trabajo de campo o el corpus de análisis. Así, ante la evidencia de la realidad, cuando se transforma nuestro referente empírico es honesto que el/la investigador/a transforme sus construcciones teóricas y metodológicas de acuerdo a la naturaleza del objeto de estudio. Este proceso constante durante la investigación, en el que se ponen a prueba las nociones teóricas y metodológicas en relación a la realidad empírica es análogo al desarrollado por Pierre Bourdieu en el concepto de “vigilancia epistemológica”7 y descripto por Rosana Guber a partir del concepto de “reflexividad”.8
Las técnicas no son simples herramientas para extraer material, ni tampoco apéndices de teorías preconcebidas. Los escenarios de intervención o corpus de análisis no están dados, sino que son construidos por el investigador; por una decisión del investigador, en definitiva, de mirar una cosa y no otra. De allí se obtiene la información que el investigador transforma en dato; pero el dato no es algo preexistente a la mirada del investigador, no es algo en estado puro. Es recordar durante todo el proceso de investigación que somos nosotros (el/la/los investigador/a/es) quienes, desde la mirada comunicacional, construimos un objeto de estudio particular y lo abordamos con un enfoque específico para extraer datos que nos permitan abordar a conclusiones, en relación con nuestra pregunta de investigación.
A este respecto, es importante que el diseño metodológico prevea tanto técnicas de recolección de datos como técnicas y herramientas de análisis e interpretación, que permitan articular la información obtenida con la teoría –convertirla en datos— y abordar así a conclusiones. En muchas ocasiones, los tesistas diseñan un marco metodológico adecuado para obtener los datos necesarios e, incluso, para dar respuesta a los objetivos específicos del trabajo; pero olvidan que la instancia del análisis y la interpretación de los datos es central y debe ser incorporada al diseño metodológico. Sólo a través de la etapa de interpretación pueden identificarse categorías, variables e indicadores que nos permitan cumplir el objetivo general de la tesis: responder la pregunta germinal que motivó la investigación.
La formulación del interrogante (lo que anteriormente hemos llamado problema de investigación) nace con alguna orientación hacia la respuesta, que tiene origen en el sentido común del investigador. Este sentido común debe ser interpelado no sólo por la teoría sino también por la práctica. En este sentido se denota la importancia de la definición y aplicación de una metodología, que será la herramienta que permitirá establecer un control sobre las propias prenociones. Por lo tanto, la construcción del marco metodológico de la investigación sirve para explicitar y sistematizar los supuestos teóricos, y también para dar cuenta de los supuestos del sentido común. Esto es lo que distingue la construcción de conocimiento científico de otras formas de conocer: que aunque inevitablemente el objeto de estudio se mira a través de las nociones teóricas y del sentido común, éstas se sistematizan, se desechan las que no tienen que ver con el objeto de estudio ni con los objetivos de investigación, se ponen a prueba las técnicas y se rediseñan a partir de la experiencia en proceso y, por último, se da cuenta de cuál fue el camino recorrido para arribar a ese conocimiento.