El análisis de la relación de las tecnologías digitales con el arte y, en especial con el campo de la imagen, se enfoca normalmente en la computadora, dado su impacto en casi todos los campos de la producción cultural y artística que se inicia en la década de 1970. En ese contexto, la imagen surgió como un escenario, que puede considerarse técnico, científico o artístico. De tal modo, el análisis y la producción de la imagen ganaron otro lugar, saliendo de su papel de objeto de la historia del arte y transformándose en un medio técnico, íntimamente vinculado con los algoritmos, los dispositivos técnicos y los medios electrónicos.
Sin embargo, desde el comienzo la relación de la imagen con la tecnología digital fue —a pesar de la retórica de la invasión de las imágenes— una relación sumamente antagónica: la computadora como máquina simbólica procesa símbolos de la lógica binaria, reuniendo el cálculo y la operación lógica en un mismo algoritmo. De tal modo, estos algoritmos pueden interpretarse como operaciones lógicas con letras y números, ya que los números y las letras forman parte del código alfanumérico. No obstante, las imágenes no se constituyen a través de símbolos secuenciales del código alfanumérico y, en este sentido, tampoco forman parte del sistema operativo digital. Las imágenes pueden ingresar y ser procesadas en la computadora sólo a través de su transformación en símbolos secuenciales de dicho código. Por eso, esa relación entre la imagen, la computadora y la pantalla —que parece tan “natural” y esencial de la tecnología digital— es una relación difícil y compleja: la computadora no es una tecnología de imágenes. A raíz de ello, el paso del cine y del video a la imagen digital constituye un profundo cambio de área. En efecto, podría decirse que la imagen todavía no llegó completamente a la tecnología digital.
En el contexto de la generación de la imagen digital, este trabajo se enfoca en la pantalla, como un elemento esencial para la relación entre la tecnología digital y la imagen. Curiosamente, una de las revoluciones más importantes de la imagen ocurrida en los últimos años no tuvo lugar en la computadora en sentido estricto, sino, y casi irónicamente, en el teléfono, ese medio para comunicarse acústicamente a distancia.
El teléfono tuvo desde los años ‘30 un desarrollo paralelo al de la computadora, aunque se le prestara poca atención y se lo considerara como una tecnología propia del siglo XIX. En la gran historia de la tecnología digital —enfocada siempre en la computadora como escenario principal de todos los desarrollos— el teléfono apenas aparece, quedando como un dispositivo menos impactante y reemplazado paulatinamente por las comunicaciones a través de la computadora.1
Mientras durante las últimas décadas del siglo XX la computadora parecía definir el escenario principal de las tecnologías digitales, ocurría, al mismo tiempo, un desarrollo mucho menos visible ligado a una nueva era para la tecnología telefónica. Desde la invención de los primeros circuitos lógicos por Claude Shannon en su tesis de maestría A Symbolic Analysis of Relay and Switching Circuits (1936), en la que analizó la optimización de los interruptores de sistemas telefónicos,2 y desde que los Bell Labs se convirtieran en el mayor laboratorio para el desarrollo de la tecnología digital, hasta la reciente revolución de medios técnicos en el contexto del teléfono celular, el teléfono siempre jugó un papel importante en el campo de las tecnologías digitales.
El desarrollo del teléfono móvil empezó paralelamente en la década de 1950, tanto en los laboratorios Bell Labs como en Motorola, pero recién en 1983 se presentó el primer equipo en el mercado, un año antes de la famosa presentación de la computadora personal de 1984. Por más de una década el uso del celular no se expandió significativamente. Pero en la primera década del siglo XXI se observa que, asombrosamente, el teléfono ha logrado uno de los papeles más importantes para el desarrollo contemporáneo de la computadora: el celular, con su uso verdaderamente masivo, incorpora la computadora personal —y no al revés—, y también puede considerarse el área de los cambios más radicales de las interfaces entre la máquina digital y el hombre.
Pero, ¿qué objeto es, en realidad, el teléfono celular de uso contemporáneo? La movilidad, la minimización y la hibridación parecen ser las características más importantes de este nuevo objeto. Estas propiedades, combinadas con la tecnología inalámbrica y las potentes baterías, fueron desarrolladas, sobre todo, para la tecnología de la radio portátil. Mientras que los pasos iniciales para la minimización de las primeras computadoras como ENIAC o MARC I fueron dados a raíz del interés de la US Air Force en la creación de computadoras livianas para los aviones, el segundo paso —la minimización del aparato— se ligó al desarrollo de instrumentos portátiles como los teléfonos móviles.
En las páginas que siguen, se intenta esbozar brevemente tres elementos que deberían permitir la descripción del desarrollo histórico y del diseño actual del teléfono celular, ese escenario clave para la revolución de la pantalla digital y, como tal, de la imagen digital. Primero se describirá el teléfono celular como un dispositivo sumamente híbrido que incorpora una serie de diferentes medios técnicos. Uno de los cambios de mayor importancia causado por el celular es la separación del teléfono de su lugar físico y arquitectónico. La movilidad, por otro lado, se analizará con sus efectos de minimización de las interfaces. Todo eso crea nuevas condiciones para una revolución de la imagen digital.
Desde su primer lanzamiento en 1983, el celular se convirtió en un teléfono cada vez más liviano y que iba incorporando otros elementos. El celular actual conjuga una serie de tecnologías de comunicación incorporándolas como componentes de un nuevo tipo de dispositivo digital. Al teléfono se le añadieron teclas para letras y un visor (display) para mostrar el número marcado y, posteriormente, una pantalla para mostrar cortos mensajes telegráficos. Esa pantalla, además, se convirtió en una pantalla para las imágenes de una cámara fotográfica incorporada al teléfono, lo que también hizo posible agregar la telegrafía de imágenes y, de tal modo, la producción, transmisión y recepción de imágenes digitales. Durante los últimos años se agregaron el acceso a la web y los componentes de una PC. De tal manera, el celular se compone de un teléfono con un micrófono y un auricular, un teclado de números y letras, un sistema telegráfico para textos e imágenes (“short message system” y telegrafía de imágenes), una cámara fotográfica y una video cámara, un grabador de música, una computadora con una pantalla, memoria, conexión inalámbrica a Internet y un control remoto para otros aparatos. La serie de elementos que constituyen el celular es una serie abierta; como pregona un eslogan de Nokia: “Phones should be open to anything”, o “No es sólo una cosa, son muchas”.3 Todos estos diferentes componentes se reúnen en un objeto nuevo, un aparato de comunicación inalámbrico llamado teléfono celular. Pero aunque todavía se llama teléfono —como es el caso de una de las versiones más avanzadas, el iPhone—, no está claro si su uso más importante continúa siendo la transmisión de mensajes acústicos.
Desde el comienzo de los ‘90, el creciente número de usuarios y el cambio completo de los hábitos relacionados con el uso de teléfonos móviles demuestra el tremendo impacto social del celular. Ese impacto va mucho más allá del teléfono, involucrando una nueva relación entre comunicación y espacio-tiempo, y un cambio profundo de las interfaces para la imagen digital.
Los celulares muestran una extraña mezcla de telégrafo y teléfono. Desde una perspectiva histórica, el teléfono reemplazó bastante rápido la comunicación por telégrafo: ya desde 1915 el sistema del teléfono incorporó la telegrafía. Eso fue posible a través de la división de la línea de transmisión en dos diferentes bandas de frecuencias que permitió mandar mensajes telegráficos en los cables de teléfono.4 La telegrafía fue transformada de tal modo en una frecuencia específica del teléfono. Telegrafía y telefonía, sin embargo, se relacionaban íntimamente con un lugar físico, con la oficina de correo y de telégrafos. Sobre todo el desarrollo de la cabina telefónica muestra la creación de un espacio arquitectónico específico para enmarcar e incorporar el teléfono. El usuario realmente entraba en el teléfono, que más que un aparato era también el espacio acústicamente aislado de la cabina. Si comparamos la intimidad de este espacio cerrado con los baños públicos, se nota la similitud del diseño. La intimidad y discreción, propias también del confesionario y de la cabina electoral,5 transformaron el tradicional secreto postal, factor importante de la telecomunicación, en un objeto arquitectónico. Mientras que la cabina telefónica creó un aislamiento acústico con paredes transparentes de vidrio, el baño organizaba el aislamiento visual del espacio interno a través de paredes opacas. En ambos casos, sin embargo, se diseñaron conjuntos de cabinas en serie para el uso masivo en el espacio público. Durante las primeras décadas del siglo XX estas cabinas se extendieron en el espacio público por todos lados y se transformaron en un objeto omnipresente.
La historia del teléfono público, sin embargo, empieza ya en el siglo XIX. El 12 de enero de 1881 se instalaron en Berlín los primeros teléfonos públicos, desde donde se podían hacer llamadas telefónicas de cinco minutos. El ticket para la llamada se compraba en el Correo, donde se ubicaron las primeras cabinas telefónicas, construcciones de madera con aislamiento acústico.6 Durante la década de 1920, la cabina telefónica se construyó como lugar accesible en cualquier sitio del espacio público. En 1924 el arquitecto británico Giles Gilbert Scott ganó el concurso para el diseño de cabinas telefónicas de la British Post Office, naciendo el famoso kiosco telefónico rojo, con su modelo K2 (1924), K3 (1930) y, finalmente, en 1935, el K6, que se impuso en cada esquina, en cada rincón de Inglaterra.7 El diseño original fue inspirado por otro espacio mínimo: la tumba del arquitecto inglés John Soane en el cementerio de St. Pancras Old Church de Londres.8
El omnipresente espacio mínimo de la cabina telefónica puede considerarse la arquitectura más importante de la telecomunicación del siglo XX. En Alemania se establecieron reglas especiales para la estandardización de las cabinas telefónicas en 1932: “Los teléfonos públicos se situarán generalmente en cabinas telefónicas que son propiedad del Correo. Las casas pequeñas se diseñarán de la manera más uniforme posible según los planos oficiales. Habrá cabinas con una base de 1 x 1 m y otras de 1.3 x 1.3 m”.9
Comparando el diseño de las primeras cabinas y su evolución se puede ver que se trata de un extraordinario objeto arquitectónico: un espacio mínimo de comunicación que encierra a la persona entera en una posición más bien incómoda dentro de una suerte de tubo vertical. Ninguna silla invita a quedarse o a hablar más tiempo. La telecomunicación, al menos en su período inicial, no era un acto prolongado en el tiempo. La economía de la brevedad telegráfica, uno de los impactos más importantes de los mensajes telegráficos en la comunicación humana, afectó también a la comunicación telefónica.
El teléfono, además, instaló la sincronía de transmitir y recibir mensajes, dado que las señales de los mensajes acústicos no se graban en el lugar del receptor como ocurre con los mensajes telegráficos. El sonar de la campanilla llegó a ser la señal para la comunicación y, de tal manera, el espacio acústico donde la campanilla podía escucharse se transformó en una parte esencial del teléfono como tal. Eso significa que en vez de vincularse al lugar concreto de la pared donde se fijaba, todo el espacio circundante (el departamento, la oficina, etc.) constituyó una parte arquitectónica esencial del teléfono. Mientras que la cabina del teléfono público aislaba y limitaba el espacio de la comunicación a un espacio mínimo, la campanilla del teléfono privado definía un espacio acústico de accesibilidad ampliada. Es como la campana del reloj de torre que, desde la Edad Media, organizaba el ritmo de las horas para toda la ciudad: pero ahora se trata de un momento arbitrario y poco predecible, que crea una alerta constante y organiza un nuevo comportamiento disciplinado para la telecomunicación.
El teléfono del siglo XX sufrió un gran cambio a finales del siglo XX por el uso masivo de celulares y, en correspondencia, el menor uso y la reducción del número de teléfonos públicos. Este cambio también fue acompañado en muchos países por el cambio de redes telefónicas analógicas a redes digitales.10 Aunque el celular todavía parece ser un teléfono, representa, sin embargo, un cambio fundamental del espacio-tiempo de la telecomunicación: los teléfonos inalámbricos significan, sobre todo, una movilidad que desconecta al teléfono de su espacio arquitectónico y su dirección fija. Un aparato móvil que funciona casi en todos los lugares reemplazó al aparato fijo y a la cabina. La propia posición del celular se hizo cada vez más irrelevante para su uso: la fijación arquitectónica y topográfica fue cambiada por la fijación personal. Desde que el celular sigue los movimientos de su usuario, el espacio de accesibilidad se extendió enormemente: no hay límite espacial ni temporal para su uso, uno puede conectarse en cualquier sitio y el usuario obedece aún más rápido a la exigencia del sonar. El celular significa comunicación y control permanentes. Aunque parece completamente desconectado del espacio arquitectónico, el celular está involucrado en una nueva arquitectura. La “célula” del celular no es más la cabina. La nueva célula es una gigante arquitectura virtual y de antenas: situadas en las esquinas de células hexagonales formadas por ellas mismas, el alcance de las antenas cubre todo el espacio de la comunicación celular. Es como si las cúpulas hexagonales virtuales cubrieran un espacio tridimensional con sus señales de diferentes frecuencias.11
Ese espacio virtual define el nuevo espacio de telecomunicación, donde el celular en movimiento cruza constantemente las fronteras virtuales entre las células de diferentes frecuencias, cuando la señal de una célula se debilita y la señal de la otra célula se hace más fuerte: “Handoff occurs when the cellular system’s central controller determines that a mobile unit is experiencing low signal strength on its assigned channel and sends a signal to the mobile unit to change its transmit and receive frequencies into the channel set of the new cell.”12
En los inicios del diseño tecnológico permanecía como una incógnita cómo resolver el problema de localizar el celular dentro de la grilla de células:
It was assumed that it would be necessary to monitor the physical location of each mobile unit and assign it to the geographically nearest cell base station to prevent mobile units from interfering with other units in nearby cells. However, after the early trials, it became evident that signal strength alone, not physical location, was the best criterion for making handoff decisions (p. 12).
Eso significa que el cambio de célula, el handoff, normalmente no está localizado en el celular en un sentido topográfico. Pero el desarrollo actual de los celulares parece cambiar este aspecto fundamental: compañías como Nokia han introducido un servicio que puede identificar la posición (location based services, LBS), elemento que transformará al celular en una unidad de comando y control. Esta relocalización del teléfono móvil permite al usuario conseguir informaciones sobre el tiempo local, sobre la navegación de su auto, informaciones personalizadas sobre el recorrido diario, el horario del subte, la compra en línea del boleto, la propaganda local, etc. Además, el Find Friend system de AT&T (1991) tiene como interface una pantalla WAP que permite localizar personas en el espacio físico como en un mensajero instantáneo.13
Esas versiones aparentemente amables para localizar gente representan, en realidad, una de las caras del creciente control social, posible a través de la localización de los celulares realizado por las Cell IDs o la recepción de la potencia de señales.
Cuando pensamos en la implosión espacial del hardware de las primeras computadoras, la única constante reside en el tamaño estable de las interfaces hombre-máquina: la pantalla y el teclado, que parecieron definir una suerte de barrera fisiológica que no permitía reducirlos del mismo modo que los micro-chips. De tal manera, estas dos interfaces mantuvieron su tamaño original, tal como fueron introducidos en la computadora con los modelos de la máquina de escribir, el RADAR y el tubo de rayos catódicos de la televisión. En el caso de los celulares todo se ha modificado: la implosión del tamaño del teclado y de la pantalla se ha visto forzada por el diseño de un aparato móvil y liviano.
En el inicio, el diseño del teclado del celular se vinculó con el teclado de números de las máquinas calculadoras, marcando un cambio importante comparado con el teclado de la máquina de escribir. Pero en ese teclado se incorporaron también las letras (nueve teclas con letras) para permitir también la escritura de mensajes textuales.
En la actualidad, el enorme éxito del Short Message System en los celulares parece correlativo a la disminución de los mensajes telefónicos. La brevedad también afecta a los textos, transmitidos con abreviaturas que crean un nuevo vocabulario para estos mensajes cortos, cuya extensión fue limitada a 160 caracteres. En este sentido, las discusiones sobre el mejor código telegráfico de fines de siglo XVIII,14 reaparecen doscientos años más tarde. La búsqueda actual de algo similar a los lenguajes pasigráficos, que intentan representar las palabras a través de un solo signo con el objetivo de reducir la cantidad de señales y de acelerar la comunicación telegráfica del SMS, se discutió antes, en el comienzo de la época de la telegrafía. Pero entonces esos códigos cortos fracasaron y no fueron implementados en el sistema telegráfico. La irrupción de la telegrafía ocurrió con la estrategia opuesta: en vez de reducir la cantidad de señales por mensaje, el código Morse realizó un aumento decisivo de la cantidad de señales acompañado por un diseño de una interface completamente nueva.15 El código Morse usa hasta tres señales por letra. Esta decisión, sin embargo, tenía una razón evidente: representa el cambio de un lenguaje para los seres humanos a un lenguaje para las máquinas. Para garantizar la estabilidad y la exactitud de la transmisión de las señales era menos importante satisfacer las necesidades del actor humano que las del sistema técnico. Con sólo dos señales —punto y línea—, esta sencilla pero fundamental diferencia podía configurar la manera más rápida y correcta de transmitir informaciones. La interface que permitía producir estas señales intermitentes era aún más sencilla: una sola tecla permitía mandar cualquier texto. El mero acto de dos pulsos diferentes de la misma tecla podía generar y transmitir toda la comunicación humana.
Si comparamos esta interface radical con los teclados diseñados algunas décadas más tarde para las máquinas de escribir, podemos observar el diseño diferente de una interface revolucionaria para la transmisión del lenguaje. Mientras que el estándar mecánico del teclado de la máquina de escribir estaba profundamente relacionado con la historia de la imprenta —cada letra tenía su propio tipo—, el estándar electromecánico de la telegrafía adaptó la transmisión del lenguaje a un nuevo medio eléctrico, a dos señales diferenciales.
Actualmente, los teclados de los celulares por lo general no continúan ese camino de la minimización radical. En el caso de los celulares, se aplicó el teclado de la calculadora, reemplazando el disco de los teléfonos fijos.16 Pero notablemente, el teclado del teléfono invirtió el diseño de las calculadoras de diez teclas numerales,17 quizás como resultado de una génesis diferente. El teléfono con su disco rotatorio y la agrupación en el sentido contrario a las agujas del reloj sitúa el “1” arriba y el “0” abajo, mientras que las antiguas cajas registradoras situaron el “1” abajo.
Desde la introducción de las teclas para letras, sin embargo, se ve en el celular la tendencia a extender el número de teclas a la cantidad y la distribución del teclado de la computadora. A pesar de que la reducción radical del teclado a sólo una tecla debería ser el objetivo ergonómico, no constituye la principal estrategia del diseño de interfaces. Los últimos desarrollos, como el iPhone, lo demuestran de manera ambigua: éste contiene un único botón físico, el llamado “home-button”; todos los demás botones están escondidos, convertidos en un sinnúmero de botones virtuales en el “touch screen”.
La segunda y relativamente nueva interface en el mundo del teléfono es la pantalla. El display digital para números y letras fue sustituido por una pantalla gráfica completa, donde números, letras, imágenes y videos pueden ser representados. Así, el celular también incorporó la transmisión de imágenes y videos, y fue transformado en un aparato para transmitir sonidos, signos discretos e imágenes. Mientras que las pantallas plasmas del “cine de hogar” tienden a agrandarse, la escala de las pantallas del celular es verdaderamente mínima. La economía de la reducción del texto inició una nueva economía de imágenes pequeñas, adaptándose al espacio mínimo de la pantalla del celular. El paso de la pantalla del cinemascope a la pantalla de los tubos de rayos catódicos de la televisión y de la computadora significaron hitos importantes en la reducción del tamaño de la pantalla. El último paso de la pantalla del celular, sin embargo, es mucho más provocativo. La incorporación de imágenes y películas digitales significa una reducción fundamental del formato de la imagen. La pantalla de 2 o 3 pulgadas y su difusión masiva (ca. 2 mil millones de aparatos) pueden considerarse un acontecimiento importante en la historia de la imagen. Es la movilidad del celular la que finalmente produjo esa tremenda reducción del formato de la imagen.
En algún sentido, se trata de nuevo del impacto de la movilización, al igual que ocurrió con el hardware en la década de 1960, con el desarrollo del los circuitos integrados.18 Este camino parece haber llegado a la pantalla, a una de las interfaces más importantes de la tecnología digital. Desde la inserción de la pantalla RADAR en el sistema Whirlwind en 1950, esta interface mantuvo su tamaño incluso en el caso de las computadoras portátiles. En el caso de los note books pueden compararse el tamaño análogo de la pantalla y el teclado porque, por lo general, están plegados uno encima del otro.
Pero paralelamente a este desarrollo ocurrió otra reducción del formato de la imagen en la plataforma web YouTube, creada en 2005. Toda la historia, el presente y el futuro del cine, del video y de la televisión parecen estar incorporándose en este nuevo formato: el paso del tubo a YouTube es el paso del formato del tubo de rayos catódicos (CRT) al formato reducido de 320 x 240 pixels. Esa reformatización del cine al formato web de baja resolución y de formato reducido corresponde a la reducción de la pantalla que define el celular como el medio digital más usado. Después de setenta años de imágenes electrónicas formateadas por los tubos de rayos catódicos (CRT) que definieron la era de la televisión y los primeros cincuenta años de la pantalla de la computadora, una nueva revolución sucede en el imperio de las imágenes electrónicas.
En la sombra de la computadora, el dispositivo más importante del siglo XX, el celular no fue tomado en serio por los estudios de los medios técnicos: a pesar de esta negligencia, el paso de la PC al celular representa el desarrollo más radical de la minimización de interfaces, pantallas y teclados, análogo al paso de los ENIACs a la PC. Por ello, esta llegada de la imagen digital al teléfono puede considerarse uno de los acontecimientos más importantes en la historia de la imagen.