MAESTRÍA
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Procesos sociales, anclajes urbanos

Durante los 90 se establecieron, en el conurbano bonaerense, urbanizaciones cerradas como countries y barrios privados. El análisis de este proceso de urbanización presenta las claves propuestas por el seminario sobre antropología urbana, dictado en el marco de la Maestría.

Publicado en diCom 2010 | Publicación original Revista Runa, Archivo para las Ciencias del Hombre, Nº 25, (con referato) Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 2005, pp. 143-159

El texto Procesos sociales, anclajes urbanos le permitirá a los alumnos de la Maestría un abordaje claro sobre el campo de la antropología urbana, sus conceptos y metodología, así como sobre los procesos particulares que han generado la irrupción de barrios cerrados en la provincia de Buenos Aires.

Precisamente, la intención del seminario “Introducción a la Antropología: orígenes, desarrollos conceptuales y recorridos disciplinares” —correspondiente al tercer cuatrimestre de la Maestría—, dictado por la antropóloga María Florencia Girola, ha sido la de explicar cuáles son los distintos procesos urbanos de la ciudad posmoderna: relegación, gentrificación y periurbanización. La discusión sobre este tema, recupera el debate abierto en el workshop “Transgresiones fronterizas” dictado por la arquitecta Claudia Zavaleta, en noviembre de 2008. Este seminario teórico-práctico, una actividad conjunta con la Maestría de Gestión Ambiental Metropolitana (GAM) y el Programa de actualización en Diseño del Paisaje (FADU/UBA), tuvo como objetivo analizar el proceso de relegación urbana experimentado en la zona de la Cuenca Matanza Riachuelo, en el partido de Lanús.

La propuesta de la Maestría es articular, desde una perspectiva multidisciplinaria, al diseño, la antropología y el urbanismo, para verificar la dinámica en la que se expresan y comunican los distintos procesos sociales dentro de la ciudad. A continuación, reproducimos un artículo gentilmente cedido por la profesora Girola para introducir los conceptos clave de la antropología urbana aplicada a los procesos de urbanizaciones cerradas o periurbanización.

De la cuestión urbana clásica a la nueva cuestión urbana

En este trabajo reflexionamos, desde una perspectiva etnográfica y crítica, sobre uno de los más significativos procesos ocurridos en la Región Metropolitana de Buenos Aires (RMBA) durante la década del 90: el surgimiento de nuevas modalidades del habitar bajo la forma de conjuntos residenciales con seguridad que en nuestra metrópolis se denominan urbanizaciones cerradas.1 Nuestro objetivo principal consiste en presentar algunas relevantes discusiones teóricas sobre este tipo de emprendimientos y avanzar un análisis sobre ciertas peculiaridades que el fenómeno adquiere en nuestra aglomeración. Para concretar el objetivo propuesto comenzamos con una caracterización de los conjuntos residenciales con seguridad en base a modelos teóricos, para luego concentrar la atención sobre un recorte empírico específico: los sujetos comprometidos en la constitución de las urbanizaciones cerradas de la RMBA, quienes evidencian apropiaciones diferenciadas y conflictivas del espacio urbano.

Siguiendo una línea de reflexión que nos lleve de la delimitación teórica de los conjuntos residenciales con seguridad a la focalización etnográfica en torno a las urbanizaciones cerradas bonaerenses, hemos organizado la presentación en tres secciones. Primero abordamos la “cuestión social” y sus concomitantes anclajes urbanos, tanto en su versión clásica como actual. Este abordaje nos permite introducir procesos simultáneos que acontecen en las ciudades contemporáneas: la relegación, la gentrificación, y la periurbanización (Donzelot, 1999 y 2004). En una segunda sección nos concentramos en esta última tendencia y presentamos, brevemente, nuestros escenarios de investigación: las urbanizaciones cerradas de la RMBA, exponentes vernáculos de la periurbanización. Por último, recuperamos los discursos y las prácticas sociales de aquellos residentes que habitan los conjuntos bonaerenses, atendiendo a los alcances y límites del concepto de urbanismo electivo en el ámbito local.

Pintura de Jean Beraud sobre Le Boulevard St. Denis, en París, a fines del siglo XIX. En las modernas ciudades decimonónicas, los boulevards se abrían como una novedad en materia de urbanismo

De la cuestión urbana clásica a la nueva cuestión urbana

El término “cuestión social” hacía referencia a los disfuncionamientos de la sociedad industrial emergente hacia fines del siglo XIX en los países centrales, principalmente en Francia, Inglaterra y Alemania. La noción aludía a los conflictos derivados de las duras condiciones de existencia del proletariado urbano. Durante buena parte del siglo XX, el crecimiento económico y las conquistas obreras lograron mitigar las situaciones de explotación, concretando —aparentemente— la utopía de una sociedad justa y de un individuo protegido (Rosanvallon, 1995). La cuestión social clásica remitía a un contrato social fundado en la solidaridad colectiva (no por ello sin conflictos) cuya máxima expresión fue el Estado Benefactor. Contenedor de naciones “homogéneas” (Beck, 1998), este Estado garantizaba la integración social y cívico-política de sus ciudadanos mediante el acceso a una serie de derechos básicos: trabajo asalariado, educación, salud, vivienda, previsión social.

Este modelo de sociedad tuvo su correlato espacial en la denominada ciudad moderna (Amendola, 2000), moderna histórica (Zukin, 1996) o moderna industrial (Donzelot, 1999 y 2004), una urbe compacta que se consolidó durante el siglo XX en función del eje centro-periferia. Estas metrópolis —entre las cuales podemos contar a París, Londres, Nueva York, Chicago, pero también a Buenos Aires, Lima, etc.— se caracterizaron por la concentración de sus instituciones de poder en torno a un centro, por la monumentalidad arquitectónica de estos edificios centrales, y por la yuxtaposición de este paisaje simbólico de poder con el paisaje vernacular de los sin poder, vale decir, de la sociedad local alojada en diversas modalidades del hábitat popular (Zukin, 1996). Esta urbe orgánica conformó un modelo de planificación/gestión anclado en políticas públicas de ordenamiento territorial. Pese al innegable contraste entre barrios obreros y burgueses, bajo la cuestión urbana clásica la ciudad contribuyó a la construcción de una sociedad de incluidos (Donzelot, 1999 y 2004). Este modelo urbano halló su máxima expresión en la construcción de viviendas de interés social auspiciadas por el Estado, con el propósito de albergar a las clases medias y obreras del capitalismo industrial. Las viviendas sociales, edificadas según la tipología del gran conjunto2, siguieron los lineamientos del urbanismo funcionalista3 y se constituyeron en símbolos de convivencia pacífica y urbanidad, encarnación de los ideales homogeneizadores, moralizantes e higienistas de la modernidad.

Desde 1980 aproximadamente, los procesos de desindustrialización y globalización que sacuden a países centrales y periféricos vienen contribuyendo a la crisis del paradigma descrito. Este hecho se traduce en la aparición de nuevas formas de pobreza/exclusión y en el surgimiento de una nueva cuestión social. Esta expresión remite, entre otros significados, al cuestionamiento de los principios organizadores de la anterior sociedad de la inclusión (solidaridad, contenidos estatizantes de la ciudadanía, etc.).

Puerto Madero, un reciente barrio de la ciudad de Buenos Aires, se ha viso afectado por un importante proceso de gentrificación (fotografía: María Florencia Girola)

El anclaje urbano de la nueva cuestión social toma forma en la emergencia de una ciudad posmoderna (Amendola, 2000) o moderna reciente (Zukin, 1996), de una ciudad global (Sassen, 1999) o contemporánea (Donzelot, 1999 y 2004). Las expresiones aluden a una ciudad privada, principalmente destinada al uso de sectores medios y altos, cuya lógica de producción responde a las reglas de rentabilidad inmobiliaria del capital privado. Según los sugerentes análisis de Donzelot (1999 y 2004), una ciudad dispersa y fragmentada que ya no contribuye a construir sociedad está reemplazando a la urbe antaño integradora, tanto en Europa como en Estados Unidos y América Latina. La nueva cuestión urbana avanza fracturando territorios desconectados a nivel social y espacial, consolidando una ciudad tripartita caracterizada por la superposición de procesos paralelos: la relegación urbana de los sectores populares en las devaluadas viviendas de interés social; la gentrificación o ennoblecimiento de los centros históricos habitados por clases altas ganadoras de la mundialización; la periurbanización de las clases medias que huyen de la ciudad-centro hacia residencias cerradas y vigiladas.

Estos procesos se materializan en situaciones y espacios urbano-residenciales que, vueltos sobre sí mismos y sin más vínculos que el rechazo mutuo, poseen rasgos particulares en relación a: las formas de sociabilidad, la movilidad, el binomio seguridad/inseguridad, la educación (Donzelot, 1999 y 2004; Jaillet, 1999 y 2004). Desde estos enfoques, la instauración de conjuntos residenciales privados en zonas periféricas simboliza la emergencia de una urbe estallada y segmentada. En estas “islas de riqueza”, la vida social transcurre en un universo de homogeneidad sociocultural basado en relaciones afinitarias y protectoras. De este modo, sus residentes rompen todo tipo de relación con el “afuera”, rehuyendo especialmente del contacto con las zonas de relegación. Se trata de casos extremos de un “urbanismo afinitario enervado” que surge del temor a la inseguridad y a las revueltas urbanas registradas en los barrios habitados por los excluidos (las denominadas “incivilités” o incivilidades). Esta segregación voluntaria de las clases medias y altas implica una des-solidarización4 hacia los sectores populares que puede llegar hasta la secesión. También se destaca como rasgo del movimiento de des-incorporación urbana protagonizado por una población integrada a la vida económica, la hiper-movilidad a la que están constreñidos los residentes de los conjuntos cerrados, quienes se desplazan permanentemente por el exclusivo retazo de ciudad que habitan sin necesidad de visitar las otras islas del archipiélago urbano (Jaillet, 1999 y 2004).

Hasta aquí hemos presentado a los conjuntos residenciales con seguridad como exponentes de procesos de periurbanización modelados en base al urbanismo electivo, vale decir, como objetos de investigación construidos en base a desarrollos teóricos. En las páginas que siguen dirigimos nuestra mirada a los sujetos que habitan, controlan, se apropian, resignifican y disputan el espacio urbano de los emprendimientos cerrados bonaerenses. Nos proponemos complejizar las conceptualizaciones anteriormente reseñadas a partir de la desagregación de algunos componentes que integran el “urbanismo afinitario” y de su análisis a la luz de los datos elaborados en un trabajo de campo antropológico.

Una presentación de nuestro campo: escenarios y contextos

Dentro del inmenso territorio de la RMBA, las urbanizaciones cerradas se localizan en los partidos que conforman el Gran Buenos Aires (GBA).5 La denominación alude a un amplio abanico de opciones que incluyen como componente principal el cerramiento/privatización de un área de uso exclusivo donde se concentran las viviendas y su entorno inmediato, y cuyo acceso es restringido a los propietarios y allegados mediante diversos dispositivos de protección (muros, alambrados, garitas de seguridad, alarmas, custodios, etc.). Desde los antiguos clubes de campo —más conocidos como country club y hoy devenidos en viviendas permanentes—, pasando por los barrios cerrados y los mega-proyectos (ciudadpueblo, ciudad privada o ciudad verde), la irrupción de las urbanizaciones cerradas implicó la recualificación de tierras periféricas degradadas en clave estético-escenográfica (Amendola, 2000). Como vemos, la RMBA asistió a un proceso de reestructuración urbana que llevó a algunos autores a caracterizar los 90 como una década de retorno al suburbio, a espacios periurbanos diseñados por intereses privados aunque siempre en consonancia con las agencias estatales correspondientes —municipios bonaerenses— (Mignaqui, 1999).

Coincidimos con Lacarrieu (2003) cuando señala que estos procesos de recuperación urbana ocurridos en el GBA deben ser analizados en relación a procesos más amplios de producción de valor que afectaron a la ciudad en su conjunto. El auge de las urbanizaciones cerradas durante la vigencia del modelo neoliberal debe ser vinculado con aquellos cambios que incidieron en el remozamiento de la centralidad generalmente asociada al centro histórico. Mientras que la cultura fue la estrategia utilizada en pos de la renovación de la centralidad a través de la invención de lugares patrimoniales,6 la naturaleza guió los cambios acontecidos en la periferia de la mano de los emprendimientos privados. El recurso a la cultura/naturaleza posibilitó la construcción de “territorialidades” nuevas y purificadas, generadoras de fuertes impactos en el tejido metropolitano y con potentes repercusiones socioculturales (Lacarrieu, 2003).

La Sociedad Rural (inaugurada en 1880) con su estilo afrancesado y la apertura del subterráneo en 1913 posicionaban a Buenos Aires, a principios del siglo XX, como una ciudad-modelo de parámetros europeos en América del Sur (fotografías: Archivo LIFE)

Siguiendo a esta autora también creemos importante destacar la necesidad de ser cautos con respecto al uso del término “transformación” aplicado linealmente y sin problematización a los cambios socio-espaciales de los 90. Si bien es indudable que en aquella década ha repercutido un modelo global que marcó rupturas con modalidades anteriores de gestión y planificación urbana; es igualmente cierto que muchos de estos cambios registran continuidades con procesos locales previos, poniendo de manifiesto que la ciudad del “pensamiento único” no es un fenómeno tan reciente. Lacarrieu (2003) afirma que es importante analizar estas mutaciones en relación a ciertos hitos que jalonaron la historia de la RMBA.

Por un lado, debemos tener en cuenta la existencia de cierta continuidad entre las intervenciones urbanas vinculadas al proyecto civilizatorio de la generación del 80, la noción de merecimiento que guió las políticas urbanas de la última dictadura militar, y la utopía del exitismo-progreso que impregnó la década del 90 (Lacarrieu, 2003). Esta continuidad pone de relieve la actualidad de un “núcleo duro” que supo construir una ciudad-modelo cuya imagen cristalizó hacia dentro y fuera del país (Buenos Aires como la ciudad europea de América del Sur). Es indudable que las urbanizaciones bonaerenses constituyen ámbitos hereditarios del ideal decimonónico que se supo plasmar en la centralidad porteña, y que en la década de los 90 se extendió hacia la periferia mediante la privatización de tierras públicas. Por otro lado, es significativo que muchas de las nuevas tipologías residenciales fueran bautizadas con el nombre de “barrios”, una categoría fuertemente arraigada en la constitución histórica de la ciudad de Buenos Aires y de su periferia.7 Creemos que la designación comercial no es casual, sino que apela a un referente altamente apreciado por los porteños que emprendieron el traslado, tal como veremos en el siguiente apartado.

Los emprendimientos privados bonaerenses han sido frecuentemente asociados a una élite de ganadores portadores de un cosificado “estilo de vida country”, una suerte de “cultura de la riqueza” (invirtiendo el viejo concepto de Lewis) caracterizada por la presencia de residentes ganadores y atrincherados, en franca sintonía con el concepto de urbanismo afinitario. A continuación, introducimos las voces de los hombres y mujeres que habitan estos espacios periurbanos a fin de complejizar visiones compactas y monolíticas.8

Hacia una relectura de las “dulzuras del urbanismo afinitario”

La combinación de observaciones de campo y entrevistas en profundidad con residentes de urbanizaciones cerradas bonaerenses —sujetos locales y localizados con posiciones sociales/culturales/económicas específicas— nos ha permitido problematizar ciertas rigideces asociadas a los planteos del urbanismo afinitario y vinculadas a: los motivos del habitar, las modalidades del entre sí, la seguridad/inseguridad, el encapsulamiento o ausencia de vínculos de los residentes periurbanos con otros espacios y habitantes de la ciudad.

En primer lugar, sostenemos que el traslado hacia las urbanizaciones cerradas siempre responde a una decisión familiar que contempla diversas razones: la trayectoria residencial de cada grupo, la historia personal de sus integrantes, el lugar anterior de residencia, la situación socioeconómica, las oportunidades laborales, la seguridad, el deseo de criar a los hijos cerca de la naturaleza, la calidad de vida; motivaciones con un peso variable según cada entrevistado. Como vemos, la búsqueda de seguridad es un ingrediente entre otros a la hora de explicar el traslado y por lo tanto puede relativizarse como motivo primordial del habitar en una urbanización privada. También afirmamos que la ponderación de factores económicos —con frecuencia ignorada por las investigaciones sobre el fenómeno— es un aspecto largamente sopesado: “… teníamos ganas de hacer un cambio de vida como piensa todo el mundo entonces empezamos por San Isidro, en San Isidro no nos cerraban los precios, el jardín era muy chico a lo que nosotros podíamos acceder y un poco la gente empezó a tomar esta idea de Pilar…” (ama de casa, barrio cerrado Senderos II, Pilar – 2002).

Es evidente que para quienes optaron por el cambio —clase media dependiente del crédito—, la contemplación del presupuesto disponible y de los costos de la vivienda no ha sido un tema menor. Por tal motivo, se ha llamado la atención sobre el pragmatismo corto-placista (Svampa, 2002) que suele acompañar la decisión, evidenciado en la permanente evaluación costo/beneficio y la eventual posibilidad de “volverse” si la ecuación no “cierra”. Muchos entrevistados justificaron su preferencia por alejarse de la ciudad-centro y de la periferia ya consolidada (fundamentalmente Vicente López y San Isidro) para ganar en superficie y verde y no en mayor seguridad. Si la distancia representa la condición que posibilita la ampliación/valorización del patrimonio (terrenos más amplios a menor precio), la extrema movilidad será el precio a pagar por la elección residencial. Como vemos, el análisis de los motivos del habitar pone de relieve las expectativas de los residentes en torno al nuevo hábitat doméstico.

Vista aérea del barrio Nordelta Ciudadpueblo, Municipio de Tigre

En este sentido, es frecuente que los residentes recurran al pasado —y más específicamente al recuerdo de los barrios donde transcurrió su infancia y adolescencia— en pos de justificar parcialmente la mudanza. Es justamente en las vivencias de aquellos años donde se origina una representación del barrio como espacio de afecto y contención, evocación nostálgica —reinterpretada mediante un trabajo permanente de encuadramiento de la memoria y que suele cristalizarse como detenida en el tiempo— de un ámbito que algunos residentes reencuentran en los emprendimientos: “… para mí este era el lugar soñado para criar a mis hijos… soy partidaria de que los chicos tienen que vivir en el aire libre, yo toda mi niñez la viví en una casa grande con jardín, en un barrio como los de antes… yo era de Ramos Mejía, un barrio muy tranquilo, a tal punto que jugábamos en la calle…” (ama de casa, barrio cerrado Los Laureles, Pilar, 2003). Esto nos lleva a matizar la visión de las urbanizaciones como testimonios de una ciudad emergente absolutamente nueva y a establecer continuidades con espacios residenciales previos. Al recurrir al término barrio, las urbanizaciones buscan prolongar el patrón de expansión metropolitana que ha predominado en el GBA desde la década del 40, aunque desde una lógica totalmente diferente.9

En relación a la composición homogénea de los residentes, si bien es innegable que el proceso ha sido protagonizado por diversas fracciones del amplio abanico que conforman las clases medias —profesionales, empresarios, ejecutivos, artistas, etc.— (Svampa, 2001); las visiones que definen a los residentes como “élite de ganadores” o “triunfadores” absolutos del período menemista suelen acotar el análisis del fenómeno al momento de su mayor auge (1996-1998), congelando su posterior devenir. La coyuntura de crisis que comenzó lentamente en 1998 repercutió de diversas formas en el ámbito de estos emprendimientos10, revelando la heterogeneidad y la fragilidad de algunos de sus habitantes, y obligándonos a cuestionar el “exitismo” bajo el cual fueron uniformizadas estas modalidades del habitar. En este sentido, consideramos que el peri-urbano no constituye un universo socialmente homogéneo sino un espacio mosaico que ofrece diferentes posibilidades según el nivel socioeconómico de los compradores. Las fracciones de clase media que pueblan el periurbano admiten una significativa variedad de status y de posiciones profesionales.

También hemos notado que la conformación de una compacta comunidad de afines merece ser reconsiderada, teniendo en cuenta los no pocos que conflictos que se producen dentro de los emprendimientos en relación al uso de los espacios compartidos, a las normas de construcción y convivencia, al dinero recaudado por las expensas, a la gestión de los servicios comunes. Igual que en los barrios abiertos y en los inmuebles de propiedad horizontal, la categoría de “buen vecino” (solidario y cooperador) y “mal vecino” (mal educado e irrespetuoso) opera en las urbanizaciones mediatizando las relaciones sociales internas. Asimismo, se trata de una categoría construida de manera ambigua e indefinida por los entrevistados: si bien el vecino no es una persona anónima por el hecho de la proximidad y la visibilidad, tampoco suele estar totalmente integrado en relaciones electivas.

En estos espacios residenciales que oscilan entre la falta de límites y la excesiva reglamentación, buena parte de los residentes posee una vida social limitada al núcleo preexistente de familiares y amigos, alejada de la imagen de pueblo / comunidad que hegemoniza las visiones construidas sobre estos emprendimientos. Así, sostenemos que las vivencias de muchos de nuestros entrevistados se construyen conflictivamente entre la falta de intimidad y la sensación de “encierro”, entre la resistencia inicial y la adaptación: “… siempre dijimos que estábamos en contra de estas urbanizaciones, es algo tan contradictorio y tan artificial… sobre todo que el crecimiento de las ciudades es espontáneo y a lo largo del tiempo, y estas cosas tan instantáneas que por algún lugar van a fisurar porque es algo impuesto…” (arquitecta, Estancias del Pilar, 2002).

La homogeneidad social que se postula desde los enfoques articulados en torno al concepto de urbanismo afinatario puede ser matizada, desde la perspectiva de nuestros interlocutores, por la estima otorgada a la heterogeneidad de los espacios públicos. Cuando una residente de Pilar nos comentaba que anota a su hija en una club de natación del viejo pueblo para que tuviera contacto con “gente común”, cuando otra entrevistada lleva a sus hijos de paseo por la ciudad-centro para mostrarles “cómo es tomar un taxi o un subte”, o cuando una madre se preocupa por los posibles efectos de criar a la hija dentro de una “burbuja”, las tres parecen valorar la mezcla, la mixtura de tipos sociales que ha sido, sin dudas, uno de los principales ideales de la ciudad moderna.

La supuesta comunidad de intereses que amalgama a los habitantes se resquebraja profundamente cuando indagamos sobre algunas cuestiones primordiales. Por un lado, hemos relevado críticas y distanciamientos respecto del “núcleo duro” de referencia constituido por el binomio seguridad adentro / inseguridad afuera: “… la verdad estos tipos de las empresas de seguridad (…) a mí me parece que es una seguridad un poquito virtual…” (fonoaudióloga, barrio cerrado Boulevares, Pilar, 2002), señalaba una residente en concordancia con comentarios similares. Esta sensación de vulnerabilidad se acrecentó con la aguda crisis socioeconómica que desató los acontecimientos de diciembre de 2001: “… cuando fue lo de los supermercados ahí me asusté porque ahí lo del barrio cerrado no tiene sentido, cuando hay una eclosión social, cuando te vienen 100 tipos por el alambrado ¿qué van a hacer?…” (docente universitaria, La Rinconada, Pilar, 2002).

Como vemos, la imagen de las urbanizaciones cerradas como espacios inviolables se complejiza en el decir de los residentes, ya que los publicitados sistemas de seguridad parecen presentar sus puntos oscuros: algunos habitantes han sido víctimas de robos y de vandalismo infantil dentro de los emprendimientos, un mega-emprendimiento de la zona norte ha registrado numerosos paros del personal de vigilancia, una residente nos comentaba su desconfianza respecto de los custodios: “… estoy acá por seguridad pero si yo no transo con ellos tengo miedo de que me hagan algo y eso es porque yo no estoy de acuerdo cómo la comisión de seguridad está organizada y las órdenes que les dan…” (pediatra, country club Aranzazu, Escobar, 2002). Las situaciones conflictivas vinculadas a la seguridad son moneda corriente entre los residentes, planteándose con mayor agudeza en los días que siguieron a las jornadas de diciembre de 2001 —cuando rumores de saqueos e invasión fueron difundidos por los medios de comunicación y de boca en boca—. Estas tensiones pusieron al descubierto discrepancias en relación a reemplazar el cerco vivo por paredones o permitir la portación permanente de armas a los custodios.

El conjunto Nordelta constituye un artefacto prototípico de la modernidad urbana

Por último, consideramos valioso consignar que desde la perspectiva de los residentes entrevistados, y a partir de los usos que éstos hacen del “afuera” (ya sea del entorno más próximo de la urbanización o de la ciudad de Buenos Aires) por diferentes motivos (trabajo, consumo, ocio, salud), los emprendimientos no se vivencian como enclaves, fortalezas o islas que escinden la ciudad en fragmentos autosuficientes y prescindentes del exterior: “… yo trabajo en Capital, trabajo en San Telmo… yo trabajo en Paseo Colón, en Olivos, en Belgrano…” (docente universitaria, barrio cerrado La Rinconada, Pilar, 2002). En este trabajo preferimos pensar a los residentes de las urbanizaciones cerradas como actores sociales que “producen ciudad” desde sus ámbitos privatizados de residencia, pero siempre en un sentido contextual y en términos de vínculos complejos con otros lugares de la ciudad y con sus habitantes. En este sentido, el análisis de las prácticas y representaciones sociales que nuestros interlocutores despliegan en torno de las movilidades cotidianas ha puesto de manifiesto la existencia de vínculos entre los habitantes y el “afuera”, lazos creados a partir de recorridos e itinerarios que constituyen una auténtica gestión de los desplazamientos. Éstos se convierten en un recurso y una competencia que permite regular la relación con los “otros externos”.

Sin embargo, la gestión de la alteridad (Lacarrieu et al, 2003) también se observa hacia adentro, en tanto y en cuento en las urbanizaciones cerradas se filtra la presencia de “otros internos”, fundamentalmente a través de empleadas domésticas, albañiles y proveedores de servicios. “… me pasa mucho que pasen chicos y me pidan cosas por acá por el alambrado, una vez pasó una chica y me dijo por favor dejáme entrar que yo no tengo dos mangos, tengo un bebe…” (ama de casa, barrio cerrado Pilar Green Park, Pilar, 2002). El testimonio citado como así también la experiencia que nos relatara hace nos pocos meses una residente del country club San Carlos (Malvinas Argentinas) —organizadora de un grupo de cartoneros que entraba a la urbanización para recolectar papeles—, constituyen ejemplos que ponen de relieve cómo son interpelados los residentes de los emprendimientos por sectores sociales que habitan un conurbano cada vez más empobrecido.

En este sentido, estimamos que los planteos extremos que asocian urbanismo afinitario con des-solidarización y rechazo hacia los sectores populares relegados deben ser problematizados: más que la falta de vínculos, postulamos la existencia de relaciones profundamente asimétricas y desiguales que a raíz de la coyuntura de crisis de los últimos años se han traducido en una serie de actividades de beneficencia desarrolladas en el ámbito de las urbanizaciones cerradas a partir de iniciativas de sus residentes. Desde las clásicas colectas mensuales, hasta el trabajo voluntario de algunas mujeres en comedores de la zona, pasando por la poderosa Fundación Nordelta —“un puente que une comunidades”—, se intenta “suavizar” los grandes contrastes sociales y los procesos de segregación que se agudizaron en el Gran Buenos Aires, al compás de la instauración de este tipo de emprendimientos.

La concepción de Nordelta se inspira en los discursos sobre la crisis urbana, la planificación como remedio y el ideario utópico-fundacional de la ciudad moderna

Conclusión

A lo largo de este trabajo hemos procurado abordar, desde un enfoque etnográfico, el singular fenómeno de las urbanizaciones cerradas que se consolidaron en el conurbano bonaerense en la segunda mitad de los 90. Ha sido nuestro objetivo situar los procesos de periurbanizción que representan estos emprendimientos en el marco de una discusión más general sobre las ciudades contemporáneas, discusión vinculada a la distinción entre la denominada cuestión urbana clásica y la nueva cuestión urbana.

Asimismo, hemos procurado complejizar aquellos planteos que analizan las situaciones residenciales en cuestión desde miradas monolíticas y homogeneizadoras. Con vistas a este propósito, hemos desagregado los elementos principales que conforman esta noción (entre-sí homogéneo, seguridad, des-solidarización) a fin de contrastarlos con las prácticas y representaciones —conflictivas y en disputa— recogidas un el trabajo de campo. Muchos otros componentes del urbanismo electivo —que no han sido seleccionados en esta presentación— constituyen interesantes interrogantes para desarrollar en investigaciones futuras (la hiper-movilidad, el refuerzo de roles genéricos tradicionales y de valores conservadores como la familia o la religión).

La proliferación de urbanizaciones cerradas constituye uno de los principales procesos de recualificación que se produjeron en la RMBA en los años 90. Es indudable que estas iniciativas de renovación urbana han profundizado las desigualdades socioeconómicas existentes en la región, los contrastes entre espacios estratégicos reestructurados y espacios residuales (Torres, 2001). El análisis realizado hasta aquí nos inclina a coincidir con Lacarrieu cuando afirma pensar que la conformación de Buenos Aires todavía contribuye al establecimiento de vínculos que, aunque desiguales, no permiten hablar de fragmentos urbanos, sino de “recorridos de lugares” que conflictivamente se van articulando entre sí (Lacarrieu et al, 2002). Actualmente, procesos complejos convergen en conformar una ciudad en torno de “fronteras simbólicas de transición”, efectivizando más que territorios bien delimitados, zonas de contacto donde se entrecruzan moralidades contradictorias, mundos que se aproximan que son parte de un mismo mundo por más que se encuentren irremediablemente apartados (Arantes, 1994).

A lo largo de estas páginas también hemos intentado permanecer fieles a un precepto del enfoque antropológico tal como lo entendemos. Siguiendo a Ginsburg (1998) hemos procurado reconocer las pluriperspectivas de nuestros interlocutores, reconociendo la heterogeneidad constitutiva de todo universo social y evitando la reproducción de estereotipos.

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Zukin, Sharon, “Paisagens urbanas pósmodernas: mapeando cultura y poder”. Revista do Patrimonio Histórico e Artístico Nacional, Río de Janeiro, IPHAN, 1996.

  1. El contenido de este artículo forma parte de los datos elaborados en el marco del proyecto “Habiter quelle ville? Situations d’homogénéisation résidentielle et (re)définition de l’urbain et de l’urbanité dans les Amériques (2001-2003)”. Mandateur: Guénola Capron. Programa beneficiado por una subvención del Plan Urbanisme Construction Architecture (PUCA), Ministère de L’Equipement, des Transports et du Logement, Programme de la Recherche Habitat et Vie Urbaine. Dirección en Buenos Aires: Mónica Lacarrieu. Actualmente, la investigación continúa en el marco de una Beca Interna Doctoral otorgada por el CONICET y de los siguientes programas de investigación: “Vivir en la ciudad: procesos contemporáneos de transformación urbana desde la perspectiva antropológica” (CONICET 2004-2006), “Cultura y Territorio” (UBACYT 2004-2007), ambos dirigidos por la Dra. Mónica Lacarrieu. []
  2. El desembarco de este tipo de emprendimientos en las grandes ciudades latinoamericanas revistió características particulares según cada país. En México DF, por ejemplo, el primer proyecto moderno de estas características —el Centro Urbano Presidente Alemán, más conocido como “Multifamiliar Miguel Alemán”— fue inaugurado en 1949 (De Garay, 2004). En la RMBA, en cambio, las construcciones típicas del urbanismo funcionalista datan de las décadas de 1960-70 (Conjunto Urbano Soldati, Conjunto Urbano Gral. Savio —Villla Lugano—, Conjunto Ejército de Los Andes —“Fuerte Apache”—). []
  3. El urbanismo funcionalista implicó la subordinación de la estética a la función, el predominio de construcciones estandarizadas y geométricas. En el siglo XX, de la mano de figuras como Le Corbusier (1887-1965), esta tendencia adquirió su punto culminante. []
  4. Traducción propia de la versión original en francés. []
  5. La Región Metropolitana de Buenos Aires es un complejo territorio (19.680 Km2 con 13.700.000 de habitantes) que comprende las siguientes jurisdicciones: a) la Ciudad Autónoma de Buenos Aires —casco central de la región—, b) un anillo periférico integrado las dos primeras coronas del Gran Buenos Aires (GBA) y que incluye a 25 partidos/municipios, c) la tercera corona del GBA integrada por 15 partidos. []
  6. Como ejemplo podemos mencionar el ennoblecimiento del barrio del Abasto, la renovación de Puerto Madero, las transformaciones de San Telmo, La Boca y más recientemente la calle Lanín (Barracas). []
  7. Vale la pena recordar que el término barrio alude a un dispositivo sociocultural que surgió en el espacio metropolitano de Buenos Aires en la década del 20, de espaldas a la ciudad tradicional que se consolidaba en el eje central de Plaza de Mayo —Avenida de Mayo— Plaza Congreso. En la gestación silenciosa de este nuevo espacio público —heterogéneo, local y acotado— intervinieron los sectores populares y toda una serie de instituciones que mediatizaron las relaciones entre el Estado y la sociedad civil (escuela pública, sociedad de fomentos, club). La irrupción de las diversas identidades barriales fue posteriormente recogida y tematizada por la gestión pública, la prensa, el tango y la literatura (Gorelik, 1998). []
  8. El trabajo del campo al que hacemos referencia en este artículo ya lleva seis años de duración, reconociendo dos etapas principales de desarrollo. Durante el primer período (1999-2002), en coincidencia con la tesis de licenciatura, realizamos entrevistas abiertas y semi-estructuradas con residentes de emprendimientos situados en los partidos de Pilar, Malvinas Argentinas, Ezeiza y Esteban Echeverría. Los moradores contactados respondían a una gran variedad de situaciones: habitantes de un barrio abierto conmocionados por un posible cierre (El Trébol – Ezeiza), habitantes de clubes de campo y barrios cerrados (Club de Campo Pueyrredón —Pilar—, barrio cerrado Boulevares y Ayres de Pilar, barrio cerrado Campos de Echeverría —Esteban Echeverría— y Solar del Bosque —Ezeiza—, entre otros), residentes de un barrio abierto que se cerró (el conocido caso CUBA en Villa De Mayo —Malvinas Argentinas—). Todas las entrevistas tuvieron como propósito general indagar acerca de las múltiples prácticas, representaciones y saberes de los actores sociales escogidos respecto de sí mismos y de sus elecciones residenciales, de la ciudad y de la vida urbana. En una segunda etapa (desde 2003-continúa), en el marco de una investigación doctoral, hemos concentrado la tarea etnográfica en los conjuntos residenciales de las localidades de Pilar y Tigre, municipios que lideran el fenómeno y que presentan dos interesantes peculiaridades: la conformación de una nueva centralidad suburbana en el llamado Km. 50 de Pilar; y el establecimiento en Tigre del mega-emprendimiento Nordelta, único por sus características. Actualmente, nuestro interés se centra en torno a: los procesos de constitución de urbanidad (apropiación del espacio y sentido de la experiencia de lugar), la sociabilidad vecinal y las modalidades de gestión de una vivienda privada. []
  9. Si bien suburbanización del período 1940-70 y la periurbanización de la década del 90 se desarrollaron en un marco de laissez faire con escaso o nulo control estatal, ambas se han diferenciado en términos de sus contextos sociohistóricos, de los actores sociales responsables del crecimiento metropolitano, de la trama urbana emergente y de los sectores sociales destinatarios de las intervenciones urbanas. []
  10. Principalmente a través de la paralización de las obras, la caída de las ventas, el aumento del costo de vida, la quiebra de bancos que otorgaron préstamos para el financiamiento de las viviendas, la escasez de créditos, y la poca capacidad de ahorro. Los residentes han recurrido a diferentes estrategias para enfrentar la crisis: alquiler de las casas en temporada y mudanza a un barrio abierto menos costoso, reducción de la movilidad por los precios del combustible, cese en el pago de las expensas, compras comunitarias en barrios populares del GBA profundo. []