El diseño de México 68 se inició en 1966 cuando el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez fue convocado para presidir el Comité de Organización de los Juegos de la XIX Olimpíada. Al tiempo que México se constituía en la primera sede latinoamericana debía enfrentar una coyuntura política compleja: durante el régimen político del PRI, un fuerte movimiento estudiantil era reprimido en la masacre de Tlatelolco (el 2 de octubre), diez días antes de la inauguración de los juegos olímpicos.
Desde el principio, Ramírez Vázquez se preocupó por alcanzar una “imagen de México en el mundo” a través de una marca-país atractiva formalmente que fuera perdurable a través del tiempo. Ramírez Vázquez apostaba por una arquitectura moderna para un México “renovado y democrático”. Para ello, convocó a un equipo formado por el arquitecto Eduardo Terrazas, el diseñador y museógrafo Alfonso Soto Sorio (ambos mexicanos), el arquitecto alemán Mathias Goeritz y el diseñador norteamericano Lance Wyman,1 autor del emblema que incluía la imagen histórica de los aros olímpicos anclados en una tipografía op art, una corriente artística nacida en los Estados Unidos en 1958, difundida a mediados la década del 60. Tendencia y tradición, se articularon en el programa visual de México 68 con un emblema que resignificaba diversos motivos del arte huichol al incorporar patrones de la cultura indígena mexicana del oeste central.2 Así, la construcción de la identidad mexicana en el 68, se basó en la articulación entre pasado y presente, como estrategia de diferenciación sustentada en la apropiación de su identidad nacional.3
Uno de los aciertos del programa visual fue el de haber sido pensado como una plataforma multilingüe. Además de la concurrencia internacional, el evento debía llegar a las comunidades indígenas, muchas de ellas, ágrafas. El clima de época en el que se desarrolló México 68 y el impacto que tuvieron las olimpíadas en este país permitieron que, en paralelo, se desarrollara el sistema de señalización del Metro de la Ciudad de México pensado, especialmente, para la comunidad indígena. Este sistema también estuvo a cargo de Wyman quien desarrolló una paleta de símbolos y colores para reemplazar las palabras y establecer una comunicación prácticamente universal. El sistema de señalización de las olimpíadas así como el del Metro resultaron por demás efectivos (las señales siguen vigentes en el subterráneo hasta el día de hoy). Así lo sintetizaba el New York Times, “usted podía ser analfabeto mientras que no fuera ciego a los colores”. Esta idea resume bien cómo el sistema de Wyman era eminentemente visual y sorteaba cualquier impedimento lingüístico.
Los Juegos Olímpicos de 1968 no sólo tuvieron una profunda incidencia en la vida de los mexicanos y su cultura, sino también, superaron el ámbito deportivo para convertirse en uno de los paradigmas del diseño gráfico del siglo XX. La propuesta mexicana fue pionera en el desarrollo de programas gráficos de comunicación masiva y muchas de sus virtudes se trasladaron, más tarde, a los programas comunicacionales posteriores. Las olimpíadas y los mundiales, tienen características similares empezando por su audiencia global o por las demandas de infraestructura y presupuesto millonarios, entre otras. Y, precisamente, los mundiales de fútbol fueron un sucedáneo de los juegos olímpicos de 1924. Sin embargo, ambos certámenes, tienen una diferencia constitutiva: los mundiales, en vez de ser eventos multidisciplinarios sólo se circunscriben a un solo deporte reduciendo su escala y complejidad organizativa. Hasta 1928, el fútbol era un deporte olímpico más.
En 1924, la FIFA (Fédération Internationale de Football Association, fundada en París en 1904) advirtió que el fútbol podía convertirse en una empresa deportiva autónoma, luego de la gran concurrencia que tuvo el partido final entre Uruguay y Suiza, celebrado en las olimpíadas de ese mismo año. Con un interés creciente de los espectadores por el fútbol, en 1928, la FIFA creó la Copa Mundial de todas las Naciones. La crisis económica europea de fines de la década del 20 no hacía de Europa el mejor escenario para celebraciones, a ello se le sumaban las dos victorias de Uruguay en las finales olímpicas del 24 y del 28. Estas razones alentaron la decisión de convertir a Uruguay en la primera sede del campeonato mundial de fútbol en 1930.
Mucho se ha dicho sobre el diseño de México 68, quizá uno de los programas más estudiados y analizados de la historia. Para no reiterar sus virtudes y por tratarse de la primera olimpíada celebrada en Latinoamérica, será interesante articularla con el mundial argentino celebrado diez años después. Desde la perspectiva de la historia cultural y de su relación con el diseño, presentan algunas similitudes, comenzando por que ambos certámenes se celebraron en un contexto político complejo: Tlatelolco (1968) y la última dictadura militar argentina (1976-1983).4
1968 fue un año convulsionado. Un año antes, moría el Che Guevara, una figura emblemática de la política latinoamericana y de los movimientos juveniles internacionales, que cristalizaba el impacto que había tenido la Revolución Cubana en los movimientos izquierdistas y estudiantiles. Meses antes de la masacre de Tlatelolco, a pocos días de que comenzaran las olimpíadas, ocurría el Mayo Francés. La masacre fue el punto final de meses de inestabilidad política, de manifestaciones estudiantiles que apoyaban los acontecimientos mundiales de protesta. Los estudiantes buscaban captar la atención internacional que tenía México gracias a los juegos olímpicos, mientras que el gobierno mexicano, empeñado en detener las protestas, ordenaba que el ejército ocupara la Universidad Nacional Autónoma (UNAM). Esta intervención militar terminó con el fusilamiento de más de 300 personas en la plaza de Tlatelolco.5
México en la década del 60 aún no había recibido la afluencia del diseño internacional contemporáneo y no contaba con diseñadores expertos en el manejo de un evento de escala monumental. Uno de los primeros objetivos que se había fijado Ramírez Vázquez era el de identificar y convocar a diseñadores extranjeros para que se trasladaran a México y trabajaran en el programa visual olímpico. Desde el comienzo, Ramírez Vázquez había decidido proyectar dos aspectos de México que, en apariencia, parecían incompatibles: un México enraizado en su pasado hispánico, junto a otro que se consolidaba como un estado-nación moderno.6 De esta manera, la identidad de México 68 osciló entre dos tradiciones visuales, la indígena (huichol) y la moderna (op art) que se aglutinaron en una característica compartida por ambas: el sentido del color.
Los Juegos Olímpicos de 1968 tuvieron una profunda incidencia en la cultura latinoamericana y superaron el ámbito deportivo para convertirse no sólo en uno de los paradigmas del diseño moderno sino también en uno de los acontecimientos culturales de América latina. Los últimos años de la década del 60, de una fuerte inestabilidad política, abrieron un escenario complejo para la región. En la historia de los juegos olímpicos, México 68, desde la perspectiva del diseño, fue un caso paradigmático. La efervescencia de la que gozó el diseño durante los años 60, posibilitó un momento ideal para la emergencia de sistemas de diseño integral que estuvieron en sintonía con las corrientes más innovadoras, de un fuerte racionalismo formal al servicio de la información. Este clima de época, a su vez, determinó el canon gráfico de la década posterior.
El análisis del diseño de México 68 no sólo se circunscribe a estudiar los hallazgos formales, sino también, a adentrarse en la política, en las realidades de la periferia y en el fenómeno del diseño “importado”.
Este texto es un fragmento de la Tesis de Maestría en Diseño Comunicacional, dirigida por la Dra. Mirta Varela (ver abstract).