Quizás como en ningún otro tema, la invocación a las nuevas tecnologías trae en forma simultánea el fantasma del derrumbe y la esperanza del nacimiento. Algo que las ciencias sociales en particular han tratado como las utopías tecnológicas, que no son sino –ni más ni menos– que utopías políticas. Efectivamente, en ellas lo que surge en forma visible es el tipo de transformaciones que como pesadillas o esperanzas se prevén para el futuro. Pero son también proyectos (im)pensados e (im)pensables de una sociedad. Allí se cifran los aciertos que el presente puede ofrendar al futuro y también las condenas. No resulta casual entonces que en la ciencia ficción como género tenga ese carácter fatalmente anticipatorio.
En efecto, algo inquieta en el universo tecnológico, algo que ya desde la crítica cultural en adelante (Adorno y Horkheimer, 1947) sabemos que debemos desestimar: el hecho de su instrumentalización, el considerarlas meras herramientas, medios para fines, conductos directos hacia los objetivos trazados. Desde aquí, siguiendo la huella de una sociología crítica, podemos entonces pensar a la tecnología ya no como un medio, sino antes bien como un lenguaje en el sentido normativo, pero también en su capacidad imaginativa o poética. De ahí también, su “natural” asociación al mundo del diseño, al mundo del proyecto.
Este cambio de consideración, el no entender al soporte como soporte, sino como dispositivo –en el decir foucaultiano (Foucault, 1969)–, y también como lenguaje en el sentido de su capacidad preformativa, hace que podamos considerar al espacio de lo tecnológico –con sus periodizaciones “viejas” y “nuevas”– como algo más que un acontecer temporal. El salto que ha marcado, a modo de ejemplo, el pasaje de lo analógico a lo digital, supone desafíos difíciles de prever en una secuenciación lineal que connota, en principio, la categoría de lo viejo y lo nuevo. Son saltos cualitativos que nos obligan a pensar ya no sólo en términos científicos y técnicos, sino económicos, sociales y culturales.
La virtualización de las relaciones humanas, el acceso a la enorme cantidad de información con que contamos hoy en día, la dificultad para establecer parámetros de jerarquización de datos, el dilemático frente que se abre sobre lo que resulta cierto o falaz pero sin embargo y pese a todo “navega” y existe, supone repensar fundamentalmente el horizonte social, económico y político sobre el que estos cambios operan y, centralmente, qué tipo de sociedad están proponiendo. Esa sea quizás una pregunta para abrir.
Pero también, y a lo mejor resulte más interesante, podemos reflexionar sobre el tipo de imaginación sociológica que allí entra en juego. ¿Desde qué concepción del individuo y de la sociedad se ha creado esta fantasía y esta fantasmática visión de “doble de mundo” que resulta, a la sazón, la web? Efectivamente, del mismo modo en que la interfaz puede ser pensada, además de como una zona de contacto, como una metáfora (Groisman, 2008) en el sentido de tomar formas equivalenciales para proponer un juego sustitutivo, la democratización en el acceso a la información, además de ocultar la evidente realidad de las asimetrías con las cuales se accede o no (no sólo en términos económicos, sino fundamentalmente en términos de capital simbólico), retoma la vieja utopía liberal del individuo libre con libre acceso a bienes, esta vez en el mercado virtual. Como dijimos anteriormente, esto último no sólo es falso por ocultar la evidencia de una sociedad global cimentada en la asimetría, sino por retomar de algún modo una versión del individuo moderno (nacido al calor de la utopía iluminista) que debe, por lo menos después de los totalitarismos del siglo XX –nazismo, imperialismo, stalinismo (Arendt, 1948)– ser revisitada. Desde aquí, la pregunta no es sólo si existe o no democracia en el acceso (sabemos que no), igualdad en el uso (también lo sabemos), sino y fundamentalmente si podemos seguir pensando al individuo en la era digital con el mismo dispositivo de libertad que tuvo el concepto de individuo y de mercado allí cuando nació, al calor del los siglos XVII y XVIII. También la ciencia ficción ha traído en este caso imágenes de transformaciones en el sentido de lo humano que, desde Orwell en adelante, abandonan la cuestión maquínica y robótica –o, por lo menos, la desplazan– para pensar ahora el cambio en la conciencia: el estatuto de lo conciente.
Siguiendo la estela de las ficciones tecnológico políticas, resulta interesante entonces comprobar que al ser alienado o cooptado en su conciencia por una voluntad mayor (presente fundamentalmente en la filmografía fantástica del cine alemán de entre guerras) le sucede un individuo trazado casi al modo descripto por Max Weber: preso en un sistema y preso en su propia conciencia. Para decirlo en otros términos: conciente de su imposibilidad de transformación, conciente de su condición de individuo– masa. Desde aquí, la posibilidad de una transformación feliz, de un cambio radical en la ecuación libertad/control, ya no acontece (como lo fuera antes de los totalitarismos) como la recuperación de la conciencia cooptada o alienada –el encuentro con la libertad–, sino antes bien como la lucha contra el sistema que, al uniformar, homogeneizar y masificar, vuelve todo igual. Tan igual como el mentado democratismo encerrado en la idea de “accesibilidad” que legitima en parte el uso del espacio virtual.
Sobre este desacople entre las imágenes de los cuerpos y los mundos del futuro, y la apelación a una subjetividad autocentrada, conciente o bloqueada –pero jamás pensada como puesta en suspenso–, propia de un pasado moderno, contractualista y liberal, quise reflexionar en este pequeño artículo. El mismo dilema que encierran las democracias en América Latina, la no articulación (aquí por lo menos más evidente que en el Primer Mundo), la desarticulación entre derechos formales, derechos reales y cotidianeidad. En la irreal ecuación entre acceso a la información (individual), aprendizaje (individual), ciudadanía y conciencia (ambas de un sujeto), es necesario preguntarse no ya por lo que resulta de este encabalgamiento de términos, sino antes bien por su vigencia. Una excusa más para pensar los desafíos que presenta la omnipresencia del mundo virtual con individuos que aún no quieren despojarse de la seguridad que les ofrece sentirse ciudadanos en el mejor de los casos, o meros consumidores en la versión más triste de la existencia social.
Adorno, Theodor y Horkheimer, Max, (1947) Dialéctica de la ilustración, (varias ed.).
Arendt, Hannah, (1948) Los orígenes del totalitarismo, Barcelona, Taurus, 1998.
Foucault, Michel, (1969) La arqueología del saber, (varias ed.).
Groisman, Martín, Hipertextos, Buenos Aires, MALBA, 2008 (mimeo).
Weber, Max, (1924) Escritos políticos, México, Folios, 1982.