A continuación, se reproduce la entrevista, realizada por Soledad Aguado (periodista y directora de la revista Huéspedes) en donde Enrique Longinotti se refiere a la necesidad de plantear un didáctica propia y hasta nacional para la enseñanza del diseño, señalando, entre otras cosas, que las características de nuestro país predisponen a un diseñador multifunción que sepa un poco de todo, o por lo menos que esté dispuesto a aprenderlo.
Soledad Aguado: ¿Cuál considera es la ideología que siguen las carreras de diseño en la actualidad y sus claves y criterios de enseñanza?
Enrique Longinotti: El tema de lo ideológico en la enseñanza del diseño es, a la vez, un aspecto esencial y muchas veces no explícito. Desde este punto de vista podemos decir que hay una tradición propia del diseño, quizás la única en términos históricos, y que se ancla en las nociones de funcionalidad, austeridad estética y “buena forma” de los objetos, entendidos como componentes de un programa total para la vida moderna, desde las casas a la tipografía, pasando por los objetos de uso cotidiano. Desde el punto de vista didáctico, esta tradición tuvo varios ingredientes, entre los cuales vale la pena destacar la noción de “programa de necesidades” en el marco de los desarrollos metodológicos de los años 60.
Los últimos veinte años han puesto en duda toda esta doctrina y se han desarrollado visiones alternativas que hacen hincapié en la capacidad de significar y simbolizar por encima de la simple interpretación de la necesidad funcional. En este sentido, las carreras de diseño actuales se conectan cada vez más con estos aspectos expresivos e identitarios, y recuperan la diversidad y pluralidad propias de la posmodernidad pero también sus confusiones y malos entendidos.
Sin embargo, en estos tiempos ha recrudecido una versión “noventosa” del diseñador (hablo de los años 90 en la Argentina), entendido como operador del mercado, simple eslabón en la cadena de valor y por lo tanto, adaptable y adaptado. Esta ideología pragmatista, hace una bandera del “más de lo mismo” como actitud realista y desconoce al diseño como disciplina proyectual y como dimensión de la cultura y el conocimiento. Sus criterios de enseñanza organizan ejercitaciones como simulacros de las condiciones de mercado, con el objetivo de reproducir lo previsible. Esto no estaría mal, si el problema de diseñar fuera sólo el de satisfacer las necesidades y deseos del aquí y ahora comercial; pero entiendo que la mejor tradición de los grandes diseñadores, muestra desde siempre, el valor del conflicto entre demanda y propuesta, como generador de calidad y superación en todos los órdenes.
SA: Comparando el modelo de enseñanza con otros países: ¿qué posturas interesantes podrían incorporarse en la Argentina? ¿La nuestra es una pedagogía abierta a cambios e influencias?
EL: Las currículas de otros países (Europa y los Estados Unidos) suelen plantearse como una sumatoria de componentes aislables, como cursos específicos que el alumno va tomando para armar su propia versión de la carrera. Cada curso toca un campo de interés, desde contenidos teóricos hasta técnicas especializadas. Además, en la cultura anglosajona, la enseñanza del diseño está, de alguna manera, en la esfera de las Artes. En las “Fachhochschule” alemanas, por ejemplo, la tradición de talleres técnicos es muy fuerte y todavía vigente.
En la Argentina, la enseñanza se basa en la idea de taller de proyecto, heredada de la arquitectura, con un fuerte énfasis en la capacitación proyectual, de resolución formal. En este sentido, los diseñadores argentinos son competentes en los aspectos de las destrezas individuales, ya que tienen un entrenamiento muy exigente en ese campo, por lo menos en algunas universidades. También se sobreentiende que el diseñador tiene que saber enfrentar cualquier tipo de demanda temática, una especie de diseñador “todo terreno”. Los cursos son más bien de larga duración, entendiendo que una formación de proyectista requiere muchas horas. Frente a esto, sería interesante, sin perder este valor que ya tenemos, incorporar inputs más específicos, cursos breves e intensos en los que el estudiante decida qué cursar y por qué, de acuerdo con una orientación específica.
De todos modos hay que tener en cuenta que las condiciones de trabajo en la Argentina son muy distintas a la de los países centrales. Aquí hace falta saber un poco de todo, o por lo menos estar dispuesto a aprenderlo.
Por otra parte, estamos mucho más abiertos a influencias que a cambios, ciertamente, lo cual es un obstáculo para la transformación profunda y “desde arriba”. Los estudiantes aportan las “influencias” (looks, tendencias, etc.) pero las estructuras curriculares no saben muchas veces transformarlas en cambios de fondo.
SA: La enseñanza del diseño en nuestro país ¿tiene hoy una autonomía o es deudora de otras ramas cercanas como la arquitectura o el arte?
EL: Sí, claramente. Hace ya varios años que la dimensión proyectual propia del diseño gráfico, incorporando esencialmente a la semiótica y la comunicación, entre otras, ha organizado su matriz teórico-práctica. De todos modos, las oposiciones de hace unos años, que servían para defender lo específico del diseño, son ahora un poco anacrónicas. La arquitectura contemporánea está transitando temas como la inmaterialidad y la idea de ambientación, y el arte actual (y por lo tanto, el artista) se desarrolla a través de proyectos, conceptos e interfaces tecnológicas que están muy cerca, nuevamente, del mundo de los diseñadores. Creo que el paradigma de la autonomía es anticuado. Prefiero hablar de hibridación y de complejidad.
SA: ¿Cómo observa la bajada de la teoría de los claustros al escenario social-industrial de nuestro país?
EL: Es un tema tan difícil como lo es el escenario social-industrial de nuestro país, que es cambiante, retrógrado, adicto a las soluciones simples y mágicas. En este sentido creo que la instancia académica debe formar para futuros posibles, para impulsar esos futuros, más que para abastecer una demanda presuntamente concreta, pero como tal, pasajera y efímera.
El aspecto social, específicamente, ha estado siempre presente en la formación. Creo que la mejor tradición es la de haber entendido al diseñador como un proyectista con visión de conjunto, y no como un técnico especializado, narcotizado por una extraña noción de la eficacia.
SA: En cuanto a la didáctica: ¿hay un equilibrio entre teoría y práctica?
EL: No del todo. Por lo menos, en la carrera de la UBA, hay alumnos que reclaman más profundidad teórica, desmintiendo la idea de que a los diseñadores no les gusta leer o reflexionar. De todos modos, creo que otra vez las oposiciones entre teoría y práctica no son conducentes. Toda práctica implica posicionamiento teórico, es decir, ideológico. En ese sentido no hay práctica inocente o natural. Todo acto de diseño contiene, como mínimo, datos sobre el contexto disciplinar del que proviene. Nadie diseña como una simple respuesta a una demanda. Todo está filtrado y configurado por las ideas que tenemos acerca de las cosas, los problemas y las soluciones. Y eso es teoría. Y es importante entender que la dimensión cultural del diseño en la actualidad, requiere herramientas más inteligentes para la reflexión y la acción. En este sentido se han ido generando posgrados que dan cuenta de esta necesidad de entender mejor, más críticamente lo que hacemos y lo que se hace en el mundo contemporáneo. La Maestría en Diseño Comunicacional de la UBA (diCom), surgió en este contexto, como respuesta al desafío de intensificar la calidad del pensamiento, y por lo tanto, de la práctica, sobre el diseño y la comunicación.
SA: Si tuviera que hacer un breve análisis de los hitos que fueron cambiando la forma de enseñar diseño en nuestro país ¿cuáles serían?
EL: Es interesante la pregunta, ya que a veces se trata de grandes acontecimientos y otros quizás casi invisibles para la mayoría. La creación de las carreras de diseño en la FADU/UBA, esencialmente las dos primeras, Gráfico e Industrial, fue quizás uno de esos hitos no visibles para la mayoría, pero que puso en escena, definitivamente, que había que trabajar en una didáctica específica para el diseño. No hubo mejor laboratorio de ideas y prácticas que estas carreras, que de hecho engendraron los programas de muchísimas otras en el país, estatales y privadas. A partir de allí, los concursos de titulares regulares fueron, y son, instancias decisivas para este tema de la enseñanza y su evolución. Es muy importante recalcar el papel de la institucionalidad académica en todo esto. Es en la universidad en donde se han dado los grandes avances, actualizaciones y logros en la calidad de los profesionales y esto ratifica la importancia de entender al diseño como integrante de los saberes universitarios, es decir, de los estudios superiores, superando la idea de un mero oficio.
Otro hito importante, pero que es una especie de dinámica más que un acontecimiento, es el del impacto tecnológico en estas disciplinas. En el diseño gráfico, por ejemplo, nada fue igual luego de la computadora personal. Todos los procesos de proyecto y visualización se han visto afectados y las didácticas han mutado para poder interpretar esta nueva manera de proyectar, es decir, de pensar y hacer, a través de máquinas e interfaces.
SA: ¿Qué perspectiva ve en la carrera para el futuro cercano?
EL: Creo que la carrera de grado es una plataforma bastante explorada y optimizada. Quiero decir, es un plan de estudios es en sí mismo, un proyecto y un objeto, que muestra y demuestra sus alcances y límites. Sin embargo, tenemos una carrera de grado perfectible, que debería mejorar su profundidad crítica para evitar el achatamiento intelectual, y también reinterpretar la formación tecnológica, que no consiste en tener muchas máquinas en la facultad sino en formar diseñadores que incorporen un pensamiento tecnológico profundo, menos cercano a la idea de “simple usuario”, y más próximo a una capacidad medial que entienda proceso y objetos del diseño como acciones de transformación profunda de la vida cotidiana y no como cosméticas del show o el marketing de medio pelo.